MENSAJES DE REFLEXIÓN – DEPRESIÓN – SALUD –
agosto 17, 2014 § 2 comentarios
Ante este excelente post de mi amigo Marcial, con cuyo contenido estoy muy de acuerdo, no quisiera centrar mi atención sobre el debate en torno a si las “enfermedades mentales” tienen una entidad nosológica equivalente a la de las enfermedades físicas. Tengo mi opinión fundada al respecto, y, como quizá tenga ocasión de expresar en otro post, las denominadas “enfermedades mentales”, cada vez más definidas conforme a un patrón de morfología de respuesta según las necesidades funcionales de la sociedad norteamericana son, sin duda, afecciones, debilidades e impedimentos, pero que no pueden ser explicadas sin más -como pretenden muchos psiquiatras- como “enfermedades del sistema nervioso central”, sin consideración alguna al papel mediador de lo social en la relación entre individuo y el comportamiento, basado en el aprendizaje, que éste manifiesta en su entorno. En cuanto al fondo de la cuestión, y al margen de estas consideraciones teóricas, mi principal intención, en un blog de victimización sociológica, está íntimamente ligada a mi convicción profunda sobre la necesidad de tocar un aspecto espinoso que afecta, en distinto grado, al estigma social de los “enfermos mentales”: se trata, ni más ni menos, que la reivindicación de su dignidad, cuyo reverso es la denuncia de una sociedad enferma. A estas alturas de la investigación en ciencias humanas, no es posible no tener en cuenta el gran papel de la sociedad como condicionante del comportamiento, que es obviado, cuando no abiertamente despreciado, por los psiquiatras -en su mayoría aprendices de psicólogos-, que intentan “tratar” desde una óptica parcial y sesgada precisamente los problemas descritos en el post reblogueado.
En esta línea de pensamiento, de acuerdo con mi punto de vista, depresiones, ansiedades, adicciones, no pueden verse como expresión única de una “voluntad” -ni siquiera acción- “desviada” por parte del “sujeto de estudio”, sino que, sin ignorar la historia individual de cada paciente en concreto, no es posible desconocer la gran determinación social del comportamiento humano, el cual, si no resulta completamente condicionado, sí está determinado muchas veces por sociedades enfermas que imponen al individuo un aprendizaje erróneo, el cual, por su propia naturaleza, no puede sino contribuir al desarrollo de estas “enfermedades mentales”. A mi juicio estas enfermedades -curiosamente en clamoroso aumento en los países “ricos”- no son más que, en la mayor parte de los casos, epifenómenos del descontento existencial del individuo con unas premisas sociales que lógicamente son vistas como insoportables: el éxito a toda costa, el materialismo, el refuerzo positivo social de aquellos que consiguen un reconocimiento social cada vez más identificado con la posesión de bienes, muchos de ellos, innecesarios. Estas personas, muchas veces, necesitan comprar distracciones cada vez más caras a toda costa, para así escapar del terrible vacío existencial que les aqueja. En el fondo, no son tan distintas de las personas tildadas de “enfermos mentales”; sólo han conseguido camuflar su debilidades o comprar su aprobación social de manera que éstas ya no sean desadaptativas, ni mucho menos representen un peligro “para sí mismas” (sic) o para la sociedad.
Por su parte, las personas aquejadas por depresión, ansiedad, adicciones u otros “trastornos” suponen una piedra de toque incómoda para el “sistema”, que trata de silenciar lo bueno que hay en ellas a través de sutiles procesos de victimización y “blaming” con el objetivo de que éstas, oficialmente etiquetadas como “enfermas” -en el sentido de incompetentes-, y de “culpables” -hasta el punto en el que en muchas terapias, sobre todo de grupo, se reviste de cientificidad la posibilidad de la renuncia a toda “curación” y lo único que se intenta, en lenguaje políticamente correcto, es que el paciente “controle” su “enfermedad”, sobre todo llegando a interiorizar la máxima de que “él se lo ha buscado”-. Con estos diabólicos procedimientos, que pueden estar plagados de buenas intenciones por parte de los terapeutas, se intenta que los pacientes renuncien a la esperanza terapéutica, tan auténticamente humana, de poder ser y comportarse, como objetivo final de la terapia -que debería centrarse más en el aprendizaje de herramientas de autocontrol idóneas no sólo para eliminar opciones individuales autodestructivas, sino también para soportar los “outputs” sociales perniciosos a través de un refuerzo de la autoestima-, como personas autónomas o, como diría el psicólogo humanista gestáltico Jorge Bucay, “autodependientes”: artífices de su propio destino y de su función social, y por la misma, con capacidad, autoridad moral y habilidades sociales para cuestionar los valores imperantes.
Pablo Guérez, PhD
Marcial Rafael Candioti IV - Mi Legado: Humanidad, Solidaridad, Independencia, ¡LIBERTAD!
Por lo menos, una de cada cuatro personas que llegan al consultorio de un especialista en salud mental lo hace con síntomas emocionales como la tristeza, la angustia, la apatía o el desgano, o cuadros depresivos más afianzados. Desde la Asociación de Psiquiatras Argentinos afirman que el aumento de ese tipo de consultas que se fue dando especialmente en los últimos 10 años es “significativo” en la práctica, aunque no se dispone de estudios poblacionales.
La muerte del popular actor norteamericano Robin Williams, que sufría de un cuadro depresivo grave, sacó a la superficie esta problemática que es considerada un verdadero flagelo moderno.
Factores externos e internos como la violencia, la inestabilidad laboral percibida o real, las frustraciones, la insatisfacción constante o los reproches por no poder cumplir siempre una demanda cultural de éxito instalada en la sociedad influyen quizá como nunca antes en un…
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The Fisher King / El rey pescador
agosto 15, 2014 § Deja un comentario
A Robin Williams Tribute
To Robin Williams, IN MEMORIAM
“¿Alguna vez has oído la historia del Rey Pescador?
Comienza cuando el rey era un muchacho que tuvo que dormir solo en el bosque para probar su valor y así llegar a convertirse en rey…
Mientras que pasaba la noche solo, lo visitó una visión sagrada…
De entre unas llamaradas aparece el Santo Grial…símbolo de la gracia de Dios.
Una voz le dijo “Tú serás el portador del Grial para que cure los corazones de los hombres”
Pero el muchacho fue cegado por visiones más grandiosas… de una vida llena de poder, gloria y belleza. Y en este estado de asombro radical…él se sintió por un breve instante… no como un muchacho… sino invencible. Como Dios. Entonces trató de alcanzar el fuego para tomar el Grial… y el Grial desapareció… dejándolo con su mano terriblemente herida por el fuego.
Conforme este muchacho crecía…su herida se hacía más profunda. Hasta que un día… la vida para él perdió el sentido. Ya no tenía fe en ningún hombre, ni siquiera en sí mismo. No podía amar o sentirse amado… estaba tan enfermo de experiencia que comenzó a morirse.
Un día, un bufón merodeó por el castillo del rey… y lo encontró solo. Y siendo un bufón, era ingenuo. Él no vio a un rey… solamente vio a un hombre abandonado… y sufriendo. Y el bufón preguntó al rey, ” ¿Qué te aflige, amigo?” Y el rey contestó: “Estoy sediento y necesito un poco de agua para refrescar mi garganta.” El bufón tomó una copa que estaba al lado de su cama, la llenó de agua y se la dio al rey.
Y mientras el rey comenzó a beber… se dio cuenta que su herida se había curado. Al fijarse, vio que allí estaba el Santo Grial, el que había buscado durante toda su vida. El rey se volteó hacia el bufón y dijo: “¿Cómo has podido encontrar aquello que mis hombres más valientes e inteligentes no pudieron?”
El bufón contestó: “No lo sé. Lo único que sabía era que tú tenías sed” (El Rey Pescador, 1991)
Hace tres días, Robin Williams nos ha dejado. No me considero ningún clarividente, pero algo, en lo profundo de mi corazón, me dice que a él, como a muchos, un tercer día le llegará.
Con independencia de la polémica valoración “técnica” del actor, en la que no quiero entrar, Robin Williams fue, para muchas personas de mi generación, un extraordinario acto que supo encarnar como pocos, desde una interpretación tragicómica, personajes problemáticos para la sociedad del stablishment norteamericano, hasta el punto que constituyó una auténtica “espinilla” para la conciencia colectiva de su país. Fue mendigo traumatizado y ex profesor de universidad en El Rey Pescador, mendigo excluido por el “sistema” en Con honores (With merit), periodista humanista en Good morning Vietnam, profesor deshonrado en El club de los poetas muertos o médico filántropo en Despertares. En todas sus interpretaciones dio vida a personajes que cuestionaron abiertamente la servidumbre que conlleva el sueño americano, basado exclusivamente en el triunfo y el éxito individual y material, encarnando valores contrarios a la idiosincrasia norteamericana dominante, tan condicionada por la ética del triunfo a toda costa y fruto de las más radicales corrientes del protestantismo, que en ocasiones debería ruborizarse ante su denominación de “cristiano”: valores de humanidad, de compromiso con los más débiles, de solidaridad y bonhomía. Es precisamente por todo ello, por haberse rebelado contra un sistema social injusto que hace del triunfo en los negocios la norma suprema del desarrollo personal, y por haber encarnado a los más débiles, a los desamparados, a los excluidos por el sistema y el status quo constituido por los “triunfadores”, por los succesful men, aquéllos que se llaman a sí mismos “hombres de bien”, defensores del law and order, los que profanan el nombre de Dios con su apego a los bienes de este mundo, e incluso con la diabólica doctrina poscalvinista de la identificación del éxito material con la salvación divina, por lo que Robin Williams ha supuesto un referente moral para muchas personas de mi generación. Su muerte no debe interpretarse, como proclamarían los defensores del más rancio law and order, como un comportamiento inmoral debido a las drogas, sino como una consecuencia de la incomprensión y el ostracismo social de una sociedad, la estadounidense, privada de referentes morales auténticos. Fue ello lo que condujo al actor, a pesar de su humor desbordante, a la depresión y, con ello, a la desesperación. Cualquier juicio adicional sobre la conducta que haya conducido a su muerte sobra, no sólo desde una perspectiva humana, sino auténticamente cristiana. Mucho menos deben cargarse las tintas por los fariseos de ahora contra su persona. Antes bien, estas personas deberían reflexionar sobre el porqué de su suicidio, sobre las gravísimas causas sociales que han empujado a un hombre capaz de criticar a todo un stablishment y al american dream cautivando a los espectadores tan sólo con una sonrisa. Este antihéroe americano merece, sin lugar a dudas, todos mis respetos, así como mi llanto por su pérdida, junto a las críticas de aquellos a los que “les va bien” a los ojos del mundo, y que, por lo tanto, les es más difícil no caer en aquellas debilidades más visibles para los hombres, pero no en aquellas más graves para Dios, como la envidia, la soberbia, la codicia o el odio. Y a propósito de todo esto, la fortísima exigencia social de “triunfar a toda costa”, el falso mito del self-made man, y el reduccionismo soteriológico del hombre al american dream se han convertido en los Estados Unidos, desde hace ya demasiado tiempo, en una carga illevadera, del estilo de las que denunciara Jesús. Mis pocos lectores saben que no me gusta se políticamente correcto. Una vez más, no lo soy. De las consideraciones que acabo de exponer deducirá el lector fácilmente mi conclusión: Williams ha sido una víctima más de una sociedad despiadada, la cual, proponiendo como única meta y sentido del hombre las cosas de este mundo, es capaz de desacreditar con una brutalidad inimaginable a aquellos hombres que se atrevan a cuestionar el rancio conservadurismo de los epígonos de la llamada “ética protestante”, verdadero escándalo para el auténtico mensaje evangélico. Sé que a más de uno mis palabras podrán parecer muy duras, pero las escribo desde la sinceridad que brota de mi corazón y desde la fe confiada en un Dios que no quiere personas ricas ante este mundo –y mucho menos que alardeen de su riqueza y hagan de ella el bastión de una nueva “religión” basada en las riquezas y el poder, así como en el cumplimiento de un falsa piedad a la cual, pese a la observancia externa de la ley, le falte corazón, como al león de El mago de Oz-; Dios quiere personas ricas ante Él, como Jesús se ocupó de predicar reiteradamente, incluso con mayor crudeza, durante su paso por este mundo.
Anoche, las luces de Broadway se atenuaron para homenajear a un hombre cuya luz iluminó la conciencia de muchos hombres buenos que no quisieron ver en el estado de las cosas la plasmación de la Ley de Dios, sino que se sintieron espoleados por los personajes interpetados por Williams que, desde la alegría y el sentido del humor, cuestionaron el american dream. Más allá de otras corrientes críticas del pensamiento estadounidense –como el llamado “realismo sucio” de Carver-, William supo cuestionar el sistema desde la alegría y la esperanza verdadera, que es la del que no tiene nada y sabe esperar contra toda esperanza. Por ello, a tres días de su muerte, suplico al Dios de la Misericordia y la Clemencia, el único en el que creo, que perdone sus pecados de debilidad debidos a situaciones de desesperación tan fácilmente ignoradas por los llamados “hombres justos”, y que Él le conduzca a la eternidad de Su presencia. Dios quiera que mi oración de intercesión por Robin Williams se una a la de todos los hombres misericordiosos, que, según la promesa de nuestro Señor Jesucristo, alcanzarán misericordia y que, con la intercesión de la Santísima Virgen, cuya gloriosa Asunción a los Cielos en cuerpo y alma celebra hoy con gozo la Iglesia Universal, brille sobre él la Luz eterna. Good bye, Mr. Williams. May you rest in peace.
Pablo Guérez, Phd.