¡Verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya!
marzo 27, 2016 § Deja un comentario
A mis padres, que me dieron la vida
A todos mis compañeros y amigos presentes, pasados y futuros, a las personas de buena voluntad que se han cruzado conmigo en el camino de mi vida, y a todas las personas que tengo en mi pobre corazón
A los Cardenales, Obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y fieles seglares de la Iglesia Católica que tuvieron, tienen, y espero sigan teniendo la paciencia de escucharme en mis momentos de tribulación
A los ministros y pastores de todas las Iglesias cristianas que todavía conservan la valentía y la alegría de trasmitir el mensaje de Jesús Resucitado
A los hombres y mujeres que renuncian al mundo para dedicarse a la vida contemplativa
A los representantes del poder civil
A los atribulados, a los pobres, a los enfermos, a los niños indefensos, maltratados o víctimas de abusos, a las mujeres maltratadas o víctimas de trata, a las víctimas de la violencia y del terrorismo y sus familias y allegados, a los huérfanos y viudas, a los presos, a los cautivos y a las víctimas de cualquier esclavitud, a los ancianos, a las personas con diversidad funcional o con ncesidades especiales, a los raros, a los excluidos, a los que huyen de la guerra, de las catástrofes naturales o de la miseria, y a todas las demás personas víctimas de la cultura del descarte, especialmente a aquellas a las que no puedo ayudar
A los creyentes, teístas y no teístas, gnósticos, agnósticos y ateos
A mis enemigos
Y A.M.D.G.
¿Venís a buscar al Crucificado? No está aquí: ¡Ha resucitado! (cfr. Mc 16, 6)
Con la expresión “Verdaderamente ha resucitado”, como respuesta a la exclamación: “¡Jesucristo ha resucitado!” hay constancia histórica que se saludaban las primeras comunidades cristinas y griegas. Costumbre que, más allá del ámbito litúrgico de la Iglesia Católica de rito latino, de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia armenia, se sigue utilizando en algunos países de nuestra más cercana Europa, como Rumanía o Moldavia.
Para la Iglesia Universal, alumbrada por el primer plenilunio de la Primavera, la estación en la que vuelve la vida, la noche santísima de la Vigilia Pascual constituye la celebración más importante del Año Litúrgico.
¡Feliz Pascua de corazón a todos en la alegría de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte y dispensador de la nueva y eterna vida que no cesa para todo el que quiera acogerla!
Pero… ¿qué, o a Quién celebramos en la Pascua cristiana?
Como ha expresado de manera muy didáctica el papa Francisco, ninguna teología es capaz de explicar completamente a la manera humana el Amor que Dios ha tenido y tiene por nosotros, cuya manifestación más gloriosa encontramos en el Misterio incomprensible de la Resurrección de Jesús. Esta afirmación del Pontífice debe ser entendida correctamente, en el sentido no de negar valor a las disquisiciones teológicas que históricamente se han sucedido en el campo de la Teodicea o “justificación de Dios”, sino en el de poner el acento en la subordinación de la lógica humana, incluso teológica, a la apertura del corazón, dispuesto a recibir el Misterio por excelencia: la respuesta a “la Pregunta” o “el Problema por antonomasia”. La pregunta sobre la vida y sobre la muerte, sobre lo divino y lo humano, sobre el sentido de nuestra vida, de nuestro dolor y sobre el anhelo de felicidad impreso en el corazón de todos los hombres.
Todas estas cuestiones se unen en misteriosa comunión en el “Exultávit” a la luz del Cirio Pascual encendido esta misma noche, en el lucernario que da inicio de la Vigilia Pascual en el que la luz pascual del Cirio, y que representa la Luz de Cristo, Luz del mundo y para el mundo, Luz “que no mengua cuando se reparte” es multiplicada en un luminar de velas más pequeñitas portadas por los asistentes, mientras se escuchan acordes gregorianos que cantan versos sagrados como “Ésta es la noche de la que estaba escrito: “será la noche clara como el día, el día claro como la noche”; o “¡qué noche tan dichosa, donde se unen el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!” Así, el Misterio de la Resurrección, se abre camino a través de la teología, de la liturgia, del culto y de la experiencia personal de la Presencia de Dios a la verdad última sobre la muerte y sobre los enemigos de la Humanidad: y el mensaje, o, mejor, uno de los mensajes de la Pascua cristiana, es que la muerte no tiene la última palabra. Y como no la tuvo para Jesús, según su Palabra, tampoco la tendrá para nosotros, pues el Amor triunfa sobre la muerte. El mensaje de la Resurrección pascual nos enseña o, mejor, nos muestra, que Dios es un Dios de amor, y que, como dicen las escrituras, es un Dios de vivos, y no de muertos. El triunfo del amor y de la vida es lo que celebramos en la Pascua cristiana, que en su acepción originaria judía significa paso; pero en esta ocasión se trata del paso definitivo hacia una vida nueva, a la vida nueva, a la vida de verdad en el Ser de Dios, que sustenta constantemente toda nuestra existencia. Una vida eterna, incomprensible, misteriosa, que ya ha comenzado, y que, aunque no la entendamos, podemos en ocasiones vislumbrar como la gran promesa de Nuestro Señor Jesucristo, aun en medio de los sufrimientos.
Vivimos tiempos difíciles para la fe, pero, sobre todo, para la esperanza. Las intolerables desigualdades entre personas y Naciones ricas y pobres, las injusticias flagrantes, la pérdida de los valores tradicionales y no tradicionales, las falsas seducciones del mundo de las que nadie, en algún momento de sus vidas, está libre de entregarse, el “silencio de Dios”, tan meditado y sufrido en la tradición de las Iglesias reformadas, pero también en la Iglesia Católica, los azotes de la guerra, las hambrunas, los desastres naturales, la presencia del Mal en las diversas formas de terrorismo, de indiferencia, de arrogancia, de comodidad y de banalidad excluyentes, y otras muchas cosas que “no están bien” en el mundo hacen muy difícil al hombre y a la mujer de hoy, al hombre y la mujer de la Posmodernidad, creer en un Dios. Y mucho más difícil creer en un Dios mecanicista, como lo pensaran filósofos como Pascal o Hume, o en un Dios que se desentiende de la vida de los hombres. Por el contrario, el Dios del que nos habla el cristianismo es un Dios activo, amante, hasta el punto en que es Él mismo, una comunidad de Amor conformada por un Dios-relación, en el Misterio de la Santísima Trinidad. Un Dios trascendente e inmanente, que por su encarnación se ha unido misteriosamente a todo el género humano, como recordaba hace no mucho, en la liturgia de la Navidad, el papa Francisco. Un Dios que vive, experimenta la alegría y la tristeza, se acerca y tiene trato con buenos y malos. Un Dios que se compadece del dolor de los hombres, hasta el punto de cargar sobre sí todos los pecados de la Humanidad y justificarla. Y, al final de todo este camino, un Dios que resucita, y que “va por delante” a prepararnos el camino. Jesucristo intercede en la Eternidad del Padre a través de su Espíritu por toda la Humanidad, tan querida por Dios. En este Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia, el Papa nos invita a dejarnos tocar por esta Luz de esperanza, como los primeros cristianos, de los que relata San Pablo que “esperaron contra toda esperanza”. Contra toda esperanza humana. Y es que sólo a través de la fe podemos entrar en la dimensión, realmente ininteligible, de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Pero, llegados a este punto, podríamos preguntarnos: ¿Por qué muchos cristianos no nos alegramos de verdad? ¿Cambiará nuestra vida después de una Pascua más? ¿Nos hará más buenos? ¿Nos hará capaces de soportar los dolores del mundo movidos por la fe en el Resucitado que, en la noche de su Pasión, le dijo a sus discípulos que venció al mundo?
Puede que sí, y puede que no. Pero no por eso los que creemos que Nuestro Señor Jesucristo resucitó de entre los muertos y que, realmente va por delante, a prepararnos el camino del Reino de los Cielos, tenemos una razón práctica, que es fruto de una profunda creencia, que puede darnos razones para la esperanza.
Jesús, que experimentó el dolor físico, psicológico y el abandono espiritual y moral, es consciente de esto. Y sabe que no es suficiente comprender intelectualmente el mensaje de que Él va por delante hasta que este mensaje no llegue a impregnar nuestras almas, todo nuestro ser y nuestras vidas. Porque nuestra vida cristiana depende de que interioricemos lo que significa la Resurrección, aun sin comprenderla del todo. En la vida de la Iglesia que Jesucristo encomendó a sus discípulos, y que, tal y como proclama el Concilio Vaticano II, subsiste a día de hoy en la Iglesia Católica, se da la comunicación de la gracia que Jesús dio a sus discípulos tras su Resurrección. Por medio del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Dios, la gracia es capaz de liberar al hombre de todas las cadenas de este mundo que le tienen atado. En la concepción socioantropológica cristiana del ser humano, y sin necesidad de ahondar mucho en profundidades teológicas, la gracia pasa primero el espíritu o alma (pnéuma), de ahí a la mente (psiché) y de ahí al soma (cuerpo). Pero el trabajo de interiorización de sentirnos perdonados, y no sólo, sino amados por Dios sin medida, y en la libertad de los hijos de Dios por adopción, se realiza en buena parte a través de nuestra colaboración y del resto de colaboraciones humanas, misteriosamente gobernadas por la Providencia. Y, en definitiva, es un trabajo espiritual en cuyo progreso siempre estamos en camino, siempre estamos de paso, de “Pascua” en el sentido etimológico judío antiguo. Somos nosotros los que, a través de los signos tangibles de nuestro prójimo, y, en este Año Jubilar de la Misericordia, del ejemplo de los cristianos, los que a veces tenemos que hacer un trabajo difícil: dejarnos sanar por la gracia de Dios. Por su Misericordia. Tampoco Jesús en su vida mortal se sustrajo a las colaboraciones humanas. Sobre este volveré, D. m., en la próxima entrada de carácter religioso, dedicada a la Fiesta de la Divina Misericordia.
Dios no nos ahorra el sufrimiento. Jesús mismo, como recordaba hace unas líneas, se lo dice a sus discípulos en la Última Cena: “En el mundo pasaréis tribulación; pero tened valor: yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). El sufrimiento, incomprensible para casi todo el mundo, no deja de ser un Misterio (como la vida, y la vida eterna), que, por lo menos, por lo que el autor de estas líneas respecta, nunca es comprendido del todo. Ninguna teodicea, por elaborada que sea, puede superar el “non liquet” al que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, con siglos de filosofía y teología a nuestras espaldas, de Oriente y Occidente se ven hoy muchas veces abocados como conclusión humana, que, como todas, sólo puede ser provisional. El respetado teólogo católico Hans Küng, movido por una fuerte confianza en Jesucristo, escribía en su libro “Credo” (1990), frente al absurdo de un mundo sin Dios, si bien Dios no nos preserva de todo sufrimiento, sí nos preserva en todo sufrimiento. La Persona de Jesucristo, que vivió y murió por nosotros, nos ha dejado un ejemplo vivo en la Historia del mundo de que el Amor es capaz de ser una razón ética suficiente para dar la vida. Lo que venga después, no lo sabremos hasta que no pasemos, cada uno de nosotros, por la muerte. Por la muerte en Cristo. Pero la fe y la esperanza en las palabras del Hijo del Hombre, como se refería a sí mismo Jesús, que significa “alguien como nosotros” en el original hebreo, y sus palabras, nos invitan a confiar siempre en Dios, que es Padre Misericordioso.
La Resurrección de Jesucristo es la respuesta de Dios padre a a desesperación en Getsemaní, a las burlas y las torturas de los soldados romanos, al camino al Gólgota, de la dolorosa muerte en cruz. En la figura de Jesuscristo desfigurado podemos ver, como proclamaba ayer el papa Francisco en la liturgia del Viernes Santo, a Aquél “varón de dolores” que vive, ama y sufre como consecuencia del Amor verdadero, y en el que tantas veces el Papa nos invita a reconocer a las personas “descartadas de esta sociedad”: a los refugiados, a los emigrantes, a los pobres, a los atribulados, por quienes rezamos en una de las invocaciones de las preces del Oficio del Viernes Santo. Sin embargo, tras el luto de la Semana Santa, la Iglesia nos invita, como en los primeros tiempos, a mirar más allá. Es precisamente la fe en el Resucitado la que mueve la acción (praxis) de las primeras comunidades cristianas de Oriente y Occidente, y la que continúa dirigiendo la barca de la Iglesia hoy en día. Una fe tan firme que sólo puede proceder del encuentro con el Amor que lleva a dar la vida. Jesucristo, con su muerte, ha vencido al mundo y a nuestra propia muerte, y, resucitando, nos ha dado la vida propia de la comunión con la Santísima Trinidad: la vida nueva que brota de la filiación divina por adopción, recibida ordinariamente a través del Sacramento del Santo Bautismo. El Paraíso, cerrado por el pecado del hombre, es de nuevo abierto a toda la Humanidad ya desde el Viernes Santo. Pero con la Resurrección, Jesús nos regala el precioso don de la filiación divina y el don de que, como canta una hermosa canción de la Iglesia Católica, “amigo mío, también a ti, un tercer día te llegará”, de donde es posible volver al “Exultávit” inicial de la Vigilia Pascual siendo más conscientes de los planes del Amor de Dios para la Humanidad, y proclamar, como los Padres de la Iglesia, que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”, y “Feliz culpa, que mereció tan grande Redentor”.
Como en años anteriores, agradeciéndoos las constantes visitas a mi humilde blog desde todos los rincones de la Tierra, aun a pesar de la disminución del número de entradas desde que que yo comenzara a trabajar de manera regular, desde todos los rincones de la Tierra, os envío un mensaje de comunicación pascual en casi todos los idiomas de los países de los que me han visitado, como muestra de gratitud y reconocimiento.
En expresión inglesa:
Pacea să fie cu voi: doresc cu toată inima mea un Paste fericit si plin de bucurie și veselie pascal. Hristos a înviat, Aleluia!
En expresión ucraniana:
ฉันต้องการพร้อมด้วยหัวใจของฉันมีความสุขวันอีสเตอร์และวันอีสเตอร์เวลาที่มีความสุขและความสุขพระเยซูคริสต์ได้ลุกขึ้นทหารชรา

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Feliz Pascua de Pentecostés
mayo 23, 2015 § Deja un comentario
El día de Pentecostés, cincuenta días desde la Resurrección del Señor, los apóstoles se encontraban por enésima vez en el Cenáculo, escondidos, por miedo a los judíos. No habían tenido el valor y la fortaleza -uno de los siete dones del Espíritu Santo-, para ser testigos del acontecimiento más importante de su fe, la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Al menos esto se relata en los Hechos de los Apóstoles y en algunos evangelios apócrifos. Pero la Promesa de Jesucristo, Quien no defrauda, hecha a los apóstoles en varias de sus apariciones después de resucitar de entre los muertos, y el mismo día de Su gloriosa Ascensión a los Cielos, misterio en el cual, como expresa tan bien la liturgia católica latina, la condición humana ha sido tal altamente enaltecida, no podía no cumplirse. Era necesario que la Persona de Jesús ascendiera a los Cielos para que pudiera interceder por nosotros, una vez vencedor del pecado y de la muerte, con Sus llagas gloriosas ante el Padre celestial, nuestro Padre también. Pero Jesucristo también se quedó con nosotros, como recordaremos los católicos en la Solemnidad del Corpus, aunque de forma oculta y misteriosa, en Su presencia real en el Misterio de la Eucaristía. Una vez hubo ascendido el Señor a lo más alto del Cielo, quizá alguno de los discípulos de Jesús sintiera, como yo he sentido más de una vez contemplando esa Fiesta, algo de tristeza o desamparo: ¿nos dejas, Señor? Imagino a Jesús hablando al corazón de sus discípulos de esta manera, o de una manera parecida: -No, no os dejo, os envío al Paráclito, al Defensor, que desde hace tanto tiempo os había prometido, y con Él, que es Dios conmigo junto con el Padre, os doy la fortaleza necesaria para que seáis testigos míos hasta que yo vuelva en la consumación de los tiempos. Y sabed que yo estoy vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).
¡RECIBID EL ESPÍRITU SANTO! A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados. A quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Jn 20, 22-23)
PRIMERA LECTURA
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:
-« ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»
Palabra de Dios.
Himno de invocación al Espíritu Santo
Ven Espíritu Santo, envía tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus Siete Dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Amén.
Salmo 104: R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
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Meditación del Padre Esteban, de la Renovación Carismática, sobre el Misterio de Pentecostés:
Tú eres mi Hijo amado: en ti me complazco
enero 11, 2015 § Deja un comentario
A mis padres y padrinos de Bautismo
“En aquel tiempo, predicaba Juan diciendo: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo». Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a Él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»” (Mc 1, 7-11)
Hoy la Iglesia Católica latina se viste de blanco para conmemorar la Solemnidad del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo. Con la celebración de esta Fiesta, se cierra el tiempo litúrgico de Navidad y comienza el tiempo ordinario antes de Cuaresma.
Hoy es, ante todo, un día de gozo y alegría. El acontecimiento histórico del bautizo de Jesús en el río Jordan, que ya es reconocido como Misterio luminoso en el rezo del Rosario a partir de la reforma de esta devoción introducida por San Juan Pablo II, no debe llevarnos a desconocer la realidad teológica, mucho más honda, del significado de dicho acontecimiento. El bautismo de Jesús a manos de Juan el Bautista marcó el inicio de la vida pública de Jesús, tras unos treinta años de vida oculta, de la que apenas sabemos nada, al menos por los Evangelios canónicos. En el momento de recibir el bautismo, Jesús, el Inocente por antonomasia, recibe de su Padre celestial la plenitud del don del Espíritu Santo. La Trinidad completa está presente en esta nueva gran epifanía o manifestación de Dios a los hombres. La carne humana de Jesús, ya en previsión de los méritos de su Pasión y su Cruz, es trasformada, es glorificada visiblemente por el don del Espíritu en su plenitud comunicado por el Padre al Hijo hecho hombre. Será a partir de entonces cuando sus discípulos de Israel le reconozcan como “el Cristo”, que significa “ungido”. Como el Mesías, el Salvador del mundo, y el Hijo de Dios, destinado a llevar a cabo la misión salvífica de la redención del género humano.
Pero… ¿qué importancia puede tener esta celebración litúrgica para nosotros, y, sobre todo, qué relación puede tener con nuestra propia vida?
Pues, a mi juicio, mucho.
Es cierto que, para algunos que ya vamos cumpliendo una edad, con ocasión de la celebración del Bautismo de Jesús pueden aparecer sentimientos de nostalgia, que nos recuerden nuestro propio bautismo, con un recuerdo real o imaginario, ya que normalmente, en la tradición latina, el bautizo suele ser administrado en la niñez; juntos a estos sentimientos, también puede aparecer el recuerdo mitificado de la inocencia y de la infancia perdidas que, de alguna manera, imbuye también todo el espíritu del tiempo de Navidad.
Sin embargo, si profundizamos en el Misterio del Sacramento del Bautismo, podemos encontrar en él, todavía, la fuerza de lo Alto para seguir esperando, renovando nuestras promesas bautismales, ya fueran aquéllas hechas en nuestra vida por nosotros mismos o por nuestros padres o representantes legales en nuestro nombre.
Pues una cosa fue nuestro bautizo, una ceremonia, de apenas unos minutos, limitada a un momento temporal muy concreto, y la otra, el Sacramento del Bautismo, mediante la cual no sólo recibimos el perdón y la remisión total de todos nuestros pecados y de nuestras penas, quedando nuestra alma blanca como la nieve; en este sentido, la vestidura blanca que se impone a los catecúmenos y que se nos entregó en su día simboliza esa pureza originaria que ya quiso prefigurar Jesús con su Bautismo en el río Jordán, y que después instituyó, tras su resurrección, con la fórmula trinitaria, mandando bautizar a todo el mundo, “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19), después incorporada al Credo de Nicea-Constantinopla y cuya fórmula es válida en cualquier Iglesia cristiana, católica, ortodoxa, reformada, copta, armenia o de otro rito.
Con el Bautismo recibimos mucho más: la condición de Hijos de Dios por adopción, partícipes de la gracia divina y coherederos con Cristo, según relata San Pablo. Y el don del Espíritu Santo, cuya plenitud alcanzamos, en la Iglesia Católica, con el Sacramento de la Confirmación, inmediatamente ligado al primero y administrado seguidamente en las Iglesias de rito oriental en comunión plena con el Romano Pontífice. Recibimos, por tanto, mucho más de lo que perdimos con la desobediencia de nuestros primeros padres. Y el Sacramento del Bautismo, unido al de la Confirmación, son indelebles o, como se decía antes, imprimen carácter; nuestra condición de Hijos de Dios es la que nos hace ser sujetos de la gracia divina que se nos derrama copiosamente en los demás Sacramentos y que constituyen el alimento de nuestra vida y crecimiento espirituales, incluido el Sacramento de la Confesión o de la Reconciliación. Por tanto, siempre podemos volver a activar los resortes que nos permitan comenzar de nuevo, rehacer nuestra vida, por maltrecha que esté; dejar que Dios haga su obra en nosotros y volver nuestra mirada a nuestro Padre celestial en las alturas, Quien, como en una de las pocas teofanías narradas en el Nuevo Testamento, nos dirá con ternura: “Éste es mi hijo amado: en ti me complazco”.
A.I.P.M.
A.M.D.G.
Tú eres mi Hijo amado: en ti me complazco by Pablo Guérez Tricarico, PhD is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License.
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Felicitación de Navidad de la Comunidad “María, Madre de los Apóstoles”
diciembre 14, 2014 § 2 comentarios
A mis padres, siempre, por todo
Verbum caro factum est
A través de la Comunidad Comboniana en la que participo, por inescrutable designio de la Providencia y bajo la acción del Espíritu Santo, se me ha hecho llegar este sencillo mensaje de Navidad, expresado en la felicitación que tenéis a vuestra derecha, y especialmente dirigido a los no creyentes. Para explicar, en pocas palabras, en lo que consiste el Misterio de la Navidad, el EnManuel, el Misterio perfecto de la Encarnación, que expresa la idea de un Dios inmanente, un Dios que no se desentiende de nuestros problemas, de nuestras preocupaciones y de nuestros pecados, y que se hace cercano, tanto, que viene a habitar con nosotros. El Misterio de la Encarnación muchos lo rezamos en el Ángelus todas las mañanas, y forma parte del credo fundamental del cristiano. A partir del sublime Prólogo del Evangelio de San Juan, los cristianos rezamos: “Y la Palabra/el Verbo/el Hijo de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros. Tal es el significado del término Enmanuel (Dios-con-nosotros), lo que implica, para el cristiano de hoy, el hecho de que Dios se hace presente en medio de nosotros. Dios se hace presente en medio de nuestra vida, y se hace grande en nosotros. El Santo de Israel, como profetizaba Isaías, se hace grande en ti. Y en todos los que acojan su Palabra. Él se hace grande en tu vida, pues por por ti, lector, también nació y también murió en la Cruz. Como señaló hace poco en su ensayo el teólogo Hans Küng sobre Jesús, Jesús es el Abogado de la causa de Dios, pero es al mismo tiempo el Abogado de la causa del hombre (Jesús, Trotta, 2014). No sólo para perdonar los pecados, incluido el original, no sólo para devolver al hombre al paraíso que perdió, sino para transmitirle, como subraya San Pablo, por ejemplo, en su Carta a los Romanos, “participación en la misma vida divina”. Es la vida eterna, el Cielo, la resurrección gloriosa, la que este personaje histórico llamado Jesús de Nazaret nos vino a ofrecer. Y gratis. Porque Él ya cargó con el peso de nuestras culpas. En las llagas de su Pasión, mostradas a los Apóstoles en el Cenáculo, están nuestros pecados. Ya no son nuestros, son Suyos. Alegrémonos, pues, en este Dominigo de Laetare. Que la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de los Apóstoles, nos ayude a entrar más en comunión con las realidades divinas como lo hicieron tantos santos y místicos de la Iglesia, como San Juan de la Cruz, cuya Festividad hoy también conmemoramos. El núcleo de estas reflexiones, salvo pequeñas cosas “de mi cosecha” me fue transmitido ayer por el Padre Pavía, en el Centro Comboniano de Arturo Soria, en Madrid. Podéis copiar la felicitación y pasarla a quienes queráis.
Y ahora, os dejo con un bellísimo poema de San Juan de la Cruz, gran místico, Doctor de la Iglesia y uno de los mayores poetas de la Literatura Universal reconocidos por la comunidad literaria, poema que dedico, en primer lugar, a mis padres; y, en segundo lugar, a los más pobres y necesitados del planeta, con la finalidad de que anide en ellos la esperanza del anuncio de la próxima Navidad:
Ya que el tiempo era llegado
en que hacerse convenía
el rescate de la esposa,
que en duro yugo servía
Ya ves, Hijo, que a tu esposa
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había
En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;
el cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.
Mi voluntad es la tuya
el Hijo le respondía,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía,
y a mí me conviene, Padre,
lo que tu Alteza decía,
porque por esta manera
tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia,
justicia y sabiduría;
irélo a decir al mundo
y noticia le daría
de tu belleza v dulzura
y de tu soberanía.
Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,
y sacándola del lago
a ti te la volvería
(San Juan de la Cruz, Romances, Romance 7, titulado “Prosigue la Encarnación”, escrito hacia 1584)
Para quienes tengáis más sed de Jesús, os dejo este enlace: http://pastoressegnmicorazn.blogspot.com.es/2014/12/el-misterio-de-dios-se-hizo-carne.html
Y ahora, os dejo con este bello villancico dedicado a la Virgen, que sabe que el Niño, está muy cerca: “La Virgen seuña caminos”, Villancico propio del Tiempo de Adviento en el que todavía debemos estar, vigilantes pero gozosos, esperando la venida del Salvador del Mundo: ¡Ven, Señor Jesús, y nace para todos!
A.M.D.G.
A.I.P.M.
Palabras del papa Francisco sobre los más pobres
diciembre 14, 2014 § Deja un comentario
A mis padres
Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6, 21)
Amigos:
En este Domingo Tercero de Adviento, también denominado “Domingo de Laetare (o “Gaudete”), por la alegría qe debe despertarse en nuestros corazones por la inminente venida del Mesías, y tras haber cumplido mi blog, ayer, su primer año, haciendo uso del derecho de cita, quisiera dejar la palabra al Santo Padre S. S. el Papa Francisco, no sin antes realizar una breve reflexión:
Los que hemos tenido mala suerte en el reparto de los bienes temporales, o bien por causas diversas, algunas a nosotros imputables, no hemos tenido la delicadeza de administrarlos rectamente; los que no hemos sido “instrumentales” ni nos las hemos sabido ingeniar según la sabiduría del mundo para “abrirnos paso” en él según sus normas, estamos con los más pobres de la tierra. Antes de que nos quiten lo nuestro los poderosos que dicen servir a Jesús, cuando sólo se sirven a sí mismos, soportemos con estoica serenidad los padecimientos que la Providencia permita para nuestro bien y nuestra santificación, confiados en que saldremos victoriosos de la prueba. Nuestros enemigos pueden amendrentarnos, pueden tratar de infundirnos miedo, pueden quitarnos cosas materiales que apreciamos. A Jesús, el Inocente entre los Inocentes, le llevaron a juicio y le despojaron de sus vestiduras. Resistamos, con el auxilio de la gracia divina, silenciosos, mansos, humildes y pasivos, y, por ello, o quizá gracias a ello, también compasivos con los demás, tanto si les consideramos víctimas como verdugos, pues todos somos hijos de un mismo Padre celestial a Quien muchos no conocen, y cuya Misericordia infinita no pueden aceptar, simplemente porque no cabe en nuestros limitados esquemas mentales. En cuanto a los deshauciados, embargados, excluidos, desempleados, victimizados, estigmatizados, perseguidos y, en general, a los que sufrimos tribulación, hay cosas que nunca nos podrán quitar: la libertad interior y la paz del corazón.
Con mis mejores deseos de paz y bien,
Pablo
http://www.osservatoreromano.va/it/news/davanti-al-grido-dei-poveri
Feliz Domingo,
Pablo
A.M.D.G.
A.I.P.M.
La Inmaculada Concepción de María abre el camino de una nueva Humanidad
diciembre 8, 2014 § Deja un comentario
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar, y la Virgen concebida sin pecado original (antífona para la Adoración eucarística)
“Oh, María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos” (Jaculatoria, atribuida a María en su revelación privada a Santa Catalina Labouré, el 27 de noviembre de 1830, Festividad de la Virgen de la Milagrosa)
Hoy, 8 de diciembre, la Iglesia Católica celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción: María, con su sí, con su fiat, dado libremente, como una mujer nueva de la nueva creación libre del pecado original, hizo posible la obra redentora de Dios, aceptando llevar en su seno virginal la Palabra viva de Dios, como nos recuerda el rezo del Ángelus. María es la mujer nueva, la nueva Eva, de la que habría de nacer nuestro Redentor. Ella es la que marca el paso de nuestra espera de Adviento hacia la Navidad. Con su sencillez y humildad, hizo posible que comenzara la obra salvífica de Dios para los hombres, que habríamos de ser redimidos por Jesucristo, no ya sólo para devolvernos al primitivo estadio preternatural de Adán y Eva, sino para ensalzarnos a la dignidad misma de Hijos de Dios por adopción, como reiteradamente puede leerse en varias Cartas de San Pablo.
La Redención alcanzó también a María y actuó en Ella, pues recibió todas las gracias en previsión de los méritos de Cristo. Dios preparó a la que iba a ser la Madre de su Hijo con todo su Amor infinito. A este respecto, a mí me resulta especialmente gráfico y bello la siguiente declaración de R. A. Knox, quien se expresa así sobre la Inmaculada Concepción de María: “Del mismo modo que el primer brote verde señala la llegada de la primavera en un mundo helado y que parece muerto, así en un mundo manchado por el pecado y de gran desesperanza esa Concepción sin mancha anuncia la restauración de la inocencia del hombre. Así como el brote nos da una promesa cierta de la flor que de él saldrá, la Inmaculada Concepción nos da la promesa infalible del nacimiento virginal (…). Aún era invierno en todo el mundo que la rodeaba, excepto en el hogar tranquilo donde Santa Ana”, de quien tenemos constancia, entre otras fuentes, a través de algunos Evangelios apócrifos, como el Protoevangelio de Santiago, “dio a luz a una niña. La primavera había comenzado allí” (R. A. Knox, Tiempos y fiestas del año litúrgico, p. 298).
Si bien no fue hasta el siglo XIX, que la Inmaculada Concepción fue proclamada como dogma de fe católica por el papa Pío IX (concretamente, en el año 1854), ya algunos Padres de la Iglesia, tanto de las Iglesias orientales como occidentales, desde los primeros siglos del Cristianismo, y desde la formación del cuerpo doctrinal en torno al pecado original, elaboraron las premisas de lo que después sería proclamado como dogma, e históricamente hay constancia de la celebración eclesial de la Fiesta de la Inmaculada Concepción desde el siglo VIII de la Era Cristiana.
Todo cuanto de hermoso y bello se puede decir de una criatura, se lo cantamos hoy a nuestra Madre del Cielo, quien nos fue dada por Jesús, en el momento de Su Muerte en la Cruz, como Madre a toda la Humanidad, entregándosela al discípulo que tanto amaba con las palabras: ““Madre (Mujer), ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu Madre” (cfr. Jn 19, 25-27). De la inmaculada concepción de María, la cual, en atención a los méritos de su Hijo Jesucristo, habiendo sido predestinada por designio expreso de Dios a ser la Madre del Redentor, fue preservada de toda mancha de pecado original, pues puro y libre de pecado debía ser el vientre que acogiese al Salvador del Mundo, hablaron ya algunos primeros padres de la Iglesia, ensalzando la obra corredentora y salvífica de María, la Madre del Salvador. Así se expresa San Andrés de Creta: “Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo la naturaleza. Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la justicia. Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas, porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un poderoso salvador en la casa de David su siervo, es decir, en esta inmaculadísima y purísima Virgen, por quien llega la salud y la esperanza a los pueblos” (Homilía I en la Natividad de la Santísima Madre de Dios).
Que la Inmaculada y Santísima Virgen María sea nuestra guía, y su manto nos brinde su protección maternal en este tiempo de Adviento, el que los cristianos nos preparamos, como cada año, para la llegada del Redentor: para conmemorar que Jesús, a quien María nos trae -como reza el antiguo dicho Ad Iesum per Mariam-, nacerá de nuevo en nuestros corazones en menos de dos semanas. Con tal de que le digamos que sí. Como hizo María, libre e inmaculada, con su fiat.
MAGNÍFICAT
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos. Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen. |
Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.
A ti, celestial princesa,
Virgen Sagrada María,
yo te ofrezco en este día
alma, vida y corazón,
mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.
A.I.P.M.
A.M.D.G.