¡Verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya!
marzo 27, 2016 § Deja un comentario
A mis padres, que me dieron la vida
A todos mis compañeros y amigos presentes, pasados y futuros, a las personas de buena voluntad que se han cruzado conmigo en el camino de mi vida, y a todas las personas que tengo en mi pobre corazón
A los Cardenales, Obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y fieles seglares de la Iglesia Católica que tuvieron, tienen, y espero sigan teniendo la paciencia de escucharme en mis momentos de tribulación
A los ministros y pastores de todas las Iglesias cristianas que todavía conservan la valentía y la alegría de trasmitir el mensaje de Jesús Resucitado
A los hombres y mujeres que renuncian al mundo para dedicarse a la vida contemplativa
A los representantes del poder civil
A los atribulados, a los pobres, a los enfermos, a los niños indefensos, maltratados o víctimas de abusos, a las mujeres maltratadas o víctimas de trata, a las víctimas de la violencia y del terrorismo y sus familias y allegados, a los huérfanos y viudas, a los presos, a los cautivos y a las víctimas de cualquier esclavitud, a los ancianos, a las personas con diversidad funcional o con ncesidades especiales, a los raros, a los excluidos, a los que huyen de la guerra, de las catástrofes naturales o de la miseria, y a todas las demás personas víctimas de la cultura del descarte, especialmente a aquellas a las que no puedo ayudar
A los creyentes, teístas y no teístas, gnósticos, agnósticos y ateos
A mis enemigos
Y A.M.D.G.
¿Venís a buscar al Crucificado? No está aquí: ¡Ha resucitado! (cfr. Mc 16, 6)
Con la expresión “Verdaderamente ha resucitado”, como respuesta a la exclamación: “¡Jesucristo ha resucitado!” hay constancia histórica que se saludaban las primeras comunidades cristinas y griegas. Costumbre que, más allá del ámbito litúrgico de la Iglesia Católica de rito latino, de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia armenia, se sigue utilizando en algunos países de nuestra más cercana Europa, como Rumanía o Moldavia.
Para la Iglesia Universal, alumbrada por el primer plenilunio de la Primavera, la estación en la que vuelve la vida, la noche santísima de la Vigilia Pascual constituye la celebración más importante del Año Litúrgico.
¡Feliz Pascua de corazón a todos en la alegría de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte y dispensador de la nueva y eterna vida que no cesa para todo el que quiera acogerla!
Pero… ¿qué, o a Quién celebramos en la Pascua cristiana?
Como ha expresado de manera muy didáctica el papa Francisco, ninguna teología es capaz de explicar completamente a la manera humana el Amor que Dios ha tenido y tiene por nosotros, cuya manifestación más gloriosa encontramos en el Misterio incomprensible de la Resurrección de Jesús. Esta afirmación del Pontífice debe ser entendida correctamente, en el sentido no de negar valor a las disquisiciones teológicas que históricamente se han sucedido en el campo de la Teodicea o “justificación de Dios”, sino en el de poner el acento en la subordinación de la lógica humana, incluso teológica, a la apertura del corazón, dispuesto a recibir el Misterio por excelencia: la respuesta a “la Pregunta” o “el Problema por antonomasia”. La pregunta sobre la vida y sobre la muerte, sobre lo divino y lo humano, sobre el sentido de nuestra vida, de nuestro dolor y sobre el anhelo de felicidad impreso en el corazón de todos los hombres.
Todas estas cuestiones se unen en misteriosa comunión en el “Exultávit” a la luz del Cirio Pascual encendido esta misma noche, en el lucernario que da inicio de la Vigilia Pascual en el que la luz pascual del Cirio, y que representa la Luz de Cristo, Luz del mundo y para el mundo, Luz “que no mengua cuando se reparte” es multiplicada en un luminar de velas más pequeñitas portadas por los asistentes, mientras se escuchan acordes gregorianos que cantan versos sagrados como “Ésta es la noche de la que estaba escrito: “será la noche clara como el día, el día claro como la noche”; o “¡qué noche tan dichosa, donde se unen el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!” Así, el Misterio de la Resurrección, se abre camino a través de la teología, de la liturgia, del culto y de la experiencia personal de la Presencia de Dios a la verdad última sobre la muerte y sobre los enemigos de la Humanidad: y el mensaje, o, mejor, uno de los mensajes de la Pascua cristiana, es que la muerte no tiene la última palabra. Y como no la tuvo para Jesús, según su Palabra, tampoco la tendrá para nosotros, pues el Amor triunfa sobre la muerte. El mensaje de la Resurrección pascual nos enseña o, mejor, nos muestra, que Dios es un Dios de amor, y que, como dicen las escrituras, es un Dios de vivos, y no de muertos. El triunfo del amor y de la vida es lo que celebramos en la Pascua cristiana, que en su acepción originaria judía significa paso; pero en esta ocasión se trata del paso definitivo hacia una vida nueva, a la vida nueva, a la vida de verdad en el Ser de Dios, que sustenta constantemente toda nuestra existencia. Una vida eterna, incomprensible, misteriosa, que ya ha comenzado, y que, aunque no la entendamos, podemos en ocasiones vislumbrar como la gran promesa de Nuestro Señor Jesucristo, aun en medio de los sufrimientos.
Vivimos tiempos difíciles para la fe, pero, sobre todo, para la esperanza. Las intolerables desigualdades entre personas y Naciones ricas y pobres, las injusticias flagrantes, la pérdida de los valores tradicionales y no tradicionales, las falsas seducciones del mundo de las que nadie, en algún momento de sus vidas, está libre de entregarse, el “silencio de Dios”, tan meditado y sufrido en la tradición de las Iglesias reformadas, pero también en la Iglesia Católica, los azotes de la guerra, las hambrunas, los desastres naturales, la presencia del Mal en las diversas formas de terrorismo, de indiferencia, de arrogancia, de comodidad y de banalidad excluyentes, y otras muchas cosas que “no están bien” en el mundo hacen muy difícil al hombre y a la mujer de hoy, al hombre y la mujer de la Posmodernidad, creer en un Dios. Y mucho más difícil creer en un Dios mecanicista, como lo pensaran filósofos como Pascal o Hume, o en un Dios que se desentiende de la vida de los hombres. Por el contrario, el Dios del que nos habla el cristianismo es un Dios activo, amante, hasta el punto en que es Él mismo, una comunidad de Amor conformada por un Dios-relación, en el Misterio de la Santísima Trinidad. Un Dios trascendente e inmanente, que por su encarnación se ha unido misteriosamente a todo el género humano, como recordaba hace no mucho, en la liturgia de la Navidad, el papa Francisco. Un Dios que vive, experimenta la alegría y la tristeza, se acerca y tiene trato con buenos y malos. Un Dios que se compadece del dolor de los hombres, hasta el punto de cargar sobre sí todos los pecados de la Humanidad y justificarla. Y, al final de todo este camino, un Dios que resucita, y que “va por delante” a prepararnos el camino. Jesucristo intercede en la Eternidad del Padre a través de su Espíritu por toda la Humanidad, tan querida por Dios. En este Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia, el Papa nos invita a dejarnos tocar por esta Luz de esperanza, como los primeros cristianos, de los que relata San Pablo que “esperaron contra toda esperanza”. Contra toda esperanza humana. Y es que sólo a través de la fe podemos entrar en la dimensión, realmente ininteligible, de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Pero, llegados a este punto, podríamos preguntarnos: ¿Por qué muchos cristianos no nos alegramos de verdad? ¿Cambiará nuestra vida después de una Pascua más? ¿Nos hará más buenos? ¿Nos hará capaces de soportar los dolores del mundo movidos por la fe en el Resucitado que, en la noche de su Pasión, le dijo a sus discípulos que venció al mundo?
Puede que sí, y puede que no. Pero no por eso los que creemos que Nuestro Señor Jesucristo resucitó de entre los muertos y que, realmente va por delante, a prepararnos el camino del Reino de los Cielos, tenemos una razón práctica, que es fruto de una profunda creencia, que puede darnos razones para la esperanza.
Jesús, que experimentó el dolor físico, psicológico y el abandono espiritual y moral, es consciente de esto. Y sabe que no es suficiente comprender intelectualmente el mensaje de que Él va por delante hasta que este mensaje no llegue a impregnar nuestras almas, todo nuestro ser y nuestras vidas. Porque nuestra vida cristiana depende de que interioricemos lo que significa la Resurrección, aun sin comprenderla del todo. En la vida de la Iglesia que Jesucristo encomendó a sus discípulos, y que, tal y como proclama el Concilio Vaticano II, subsiste a día de hoy en la Iglesia Católica, se da la comunicación de la gracia que Jesús dio a sus discípulos tras su Resurrección. Por medio del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Dios, la gracia es capaz de liberar al hombre de todas las cadenas de este mundo que le tienen atado. En la concepción socioantropológica cristiana del ser humano, y sin necesidad de ahondar mucho en profundidades teológicas, la gracia pasa primero el espíritu o alma (pnéuma), de ahí a la mente (psiché) y de ahí al soma (cuerpo). Pero el trabajo de interiorización de sentirnos perdonados, y no sólo, sino amados por Dios sin medida, y en la libertad de los hijos de Dios por adopción, se realiza en buena parte a través de nuestra colaboración y del resto de colaboraciones humanas, misteriosamente gobernadas por la Providencia. Y, en definitiva, es un trabajo espiritual en cuyo progreso siempre estamos en camino, siempre estamos de paso, de “Pascua” en el sentido etimológico judío antiguo. Somos nosotros los que, a través de los signos tangibles de nuestro prójimo, y, en este Año Jubilar de la Misericordia, del ejemplo de los cristianos, los que a veces tenemos que hacer un trabajo difícil: dejarnos sanar por la gracia de Dios. Por su Misericordia. Tampoco Jesús en su vida mortal se sustrajo a las colaboraciones humanas. Sobre este volveré, D. m., en la próxima entrada de carácter religioso, dedicada a la Fiesta de la Divina Misericordia.
Dios no nos ahorra el sufrimiento. Jesús mismo, como recordaba hace unas líneas, se lo dice a sus discípulos en la Última Cena: “En el mundo pasaréis tribulación; pero tened valor: yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). El sufrimiento, incomprensible para casi todo el mundo, no deja de ser un Misterio (como la vida, y la vida eterna), que, por lo menos, por lo que el autor de estas líneas respecta, nunca es comprendido del todo. Ninguna teodicea, por elaborada que sea, puede superar el “non liquet” al que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, con siglos de filosofía y teología a nuestras espaldas, de Oriente y Occidente se ven hoy muchas veces abocados como conclusión humana, que, como todas, sólo puede ser provisional. El respetado teólogo católico Hans Küng, movido por una fuerte confianza en Jesucristo, escribía en su libro “Credo” (1990), frente al absurdo de un mundo sin Dios, si bien Dios no nos preserva de todo sufrimiento, sí nos preserva en todo sufrimiento. La Persona de Jesucristo, que vivió y murió por nosotros, nos ha dejado un ejemplo vivo en la Historia del mundo de que el Amor es capaz de ser una razón ética suficiente para dar la vida. Lo que venga después, no lo sabremos hasta que no pasemos, cada uno de nosotros, por la muerte. Por la muerte en Cristo. Pero la fe y la esperanza en las palabras del Hijo del Hombre, como se refería a sí mismo Jesús, que significa “alguien como nosotros” en el original hebreo, y sus palabras, nos invitan a confiar siempre en Dios, que es Padre Misericordioso.
La Resurrección de Jesucristo es la respuesta de Dios padre a a desesperación en Getsemaní, a las burlas y las torturas de los soldados romanos, al camino al Gólgota, de la dolorosa muerte en cruz. En la figura de Jesuscristo desfigurado podemos ver, como proclamaba ayer el papa Francisco en la liturgia del Viernes Santo, a Aquél “varón de dolores” que vive, ama y sufre como consecuencia del Amor verdadero, y en el que tantas veces el Papa nos invita a reconocer a las personas “descartadas de esta sociedad”: a los refugiados, a los emigrantes, a los pobres, a los atribulados, por quienes rezamos en una de las invocaciones de las preces del Oficio del Viernes Santo. Sin embargo, tras el luto de la Semana Santa, la Iglesia nos invita, como en los primeros tiempos, a mirar más allá. Es precisamente la fe en el Resucitado la que mueve la acción (praxis) de las primeras comunidades cristianas de Oriente y Occidente, y la que continúa dirigiendo la barca de la Iglesia hoy en día. Una fe tan firme que sólo puede proceder del encuentro con el Amor que lleva a dar la vida. Jesucristo, con su muerte, ha vencido al mundo y a nuestra propia muerte, y, resucitando, nos ha dado la vida propia de la comunión con la Santísima Trinidad: la vida nueva que brota de la filiación divina por adopción, recibida ordinariamente a través del Sacramento del Santo Bautismo. El Paraíso, cerrado por el pecado del hombre, es de nuevo abierto a toda la Humanidad ya desde el Viernes Santo. Pero con la Resurrección, Jesús nos regala el precioso don de la filiación divina y el don de que, como canta una hermosa canción de la Iglesia Católica, “amigo mío, también a ti, un tercer día te llegará”, de donde es posible volver al “Exultávit” inicial de la Vigilia Pascual siendo más conscientes de los planes del Amor de Dios para la Humanidad, y proclamar, como los Padres de la Iglesia, que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”, y “Feliz culpa, que mereció tan grande Redentor”.
Como en años anteriores, agradeciéndoos las constantes visitas a mi humilde blog desde todos los rincones de la Tierra, aun a pesar de la disminución del número de entradas desde que que yo comenzara a trabajar de manera regular, desde todos los rincones de la Tierra, os envío un mensaje de comunicación pascual en casi todos los idiomas de los países de los que me han visitado, como muestra de gratitud y reconocimiento.
En expresión inglesa:
Pacea să fie cu voi: doresc cu toată inima mea un Paste fericit si plin de bucurie și veselie pascal. Hristos a înviat, Aleluia!
En expresión ucraniana:
ฉันต้องการพร้อมด้วยหัวใจของฉันมีความสุขวันอีสเตอร์และวันอีสเตอร์เวลาที่มีความสุขและความสุขพระเยซูคริสต์ได้ลุกขึ้นทหารชรา

To the extent possible under law, ¡CRISTO RESUCITÓ, ALELUYA! FELIZ PASCUA A TODOS, has waived all copyright and related or neighboring rights tohttp://pabloguerez.com. This work is published from: Hispanujo (speranto)
¡CRISTO RESUCITÓ, ALELUYA! FELIZ PASCUA A TODOS
abril 5, 2015 § Deja un comentario
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? (Lc 24, 5)
¿Venís a buscar al Crucificado? No está aquí: Ha resucitado (cfr. Mc 16, 6)
Feliz Pascua a todos en la alegría de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte y dispensador de la nueva y eterna vida que no cesa para todo el que quiera acogerla.
Como recientemente ha expresado el papa Francisco, ninguna teología es capaz de explicar completamente a la manera humana el Amor que Dios ha tenido y tiene por nosotros, cuya manifestación más gloriosa encontramos en el Misterio incomprensible de la Resurrección de Jesús. La afirmación del Pontífice debe ser entendida correctamente, en el sentido no de negar valor a las disquisiciones teológicas, sino en el de poner el acento en la subordinación de la lógica humana, incluso teológica, a la apertura del corazón, dispuesto a recibir el Misterio por excelencia: la respuesta a “la Pregunta” o “el Problema por antonomasia”, cual es la pregunta sobre la vida y la muerte, sobre lo divino y lo humano, sobre nuestro sentido y nuestra felicidad. Todas estas cuestiones se unen en misteriosa comunión en el Exultávit pascual a la luz del Cirio Pascual encendido esta misma noche, mientras se escuchan acordes que rezan frases como “Ésta es la noche de la que estaba escrito: “será la noche clara como el día, el día claro como la noche”; o “¡qué noche tan dichosa, donde se unen el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!”. Así, el Misterio de la Resurrección, nos enseña a través de la teología, de la liturgia y del culto la verdad última sobre la muerte y sobre los enemigos de la humanidad: que la muerte no tiene la última palabra. Y como no la tuvo para Jesús, tampoco la tendrá para nosotros, pues el Amor triunfa sobre la muerte. El mensaje de la Resurrección pascual nos enseña que Dios es un Dios de amor, y que, como dicen las escrituras, es un Dios de vivos, y no de muertos. El triunfo del amor y de la vida es lo que celebramos en la Pascua cristiana, que en su acepción originaria judía significa paso; pero en esta ocasión se trata del paso definitivo hacia una vida nueva, a la vida nueva. Una vida eterna, incomprensible, misteriosa, que ya ha comenzado, y aunque no entendamos, podemos en ocasiones vislumbrar como la gran promesa de Nuestro Señor Jesucristo. Él, con su muerte, ha vencido al mundo y a nuestra muerte, y resucitando, nos ha dado la vida propia de la comunión con la Santísima Trinidad: la vida nueva que brota del Amor que, como proclamabael poeta Dante Alighieri, mueve el Sol y las demás estrellas.
Como el año pasado, agradeciéndoos las constantes visitas a mi humilde blog desde todos los rincones de la Tierra, os envío un mensaje de comunicación pascual en casi todos los idiomas de los países de los que me han visitado, como muestra de gratitud y reconocimiento.
En expresión inglesa:
Pacea să fie cu voi: doresc cu toată inima mea un Paste fericit si plin de bucurie și veselie pascal. Hristos a înviat, Aleluia!
En expresión ucraniana:
ฉันต้องการพร้อมด้วยหัวใจของฉันมีความสุขวันอีสเตอร์และวันอีสเตอร์เวลาที่มีความสุขและความสุขพระเยซูคริสต์ได้ลุกขึ้นทหารชรา

To the extent possible under law, ¡CRISTO RESUCITÓ, ALELUYA! FELIZ PASCUA A TODOS, has waived all copyright and related or neighboring rights tohttp://pabloguerez.com. This work is published from: Hispanujo (speranto)
CREE, Y VERÁS LA GLORIA DE DIOS
abril 20, 2014 § Deja un comentario
Cuando lo corruptible se revista de inmortalidad, se cumplirá lo escrito: la muerte ha sido aniquilada definitivamente. ¿Dónde queda, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde queda, oh muerte, tu aguijón? (1 Cor 15, 58)
¡JESUCRISTO HA RESUCITADO! Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya (de la antífona de las Laudes Solemnes de Pascua de Resurrección)
Estaba al alba María, llamándole con sus lágrimas. Vino la Gloria del Padre y amaneció el primer día. Envuelto en la blanca túnica de su propia luz divina -la sábana de la muerte dejada en tumba vacía-, Jesús, alzado, reinaba; pero ella no lo veía. Estaba al alba María, la fiel esposa que aguarda. Mueva el Espíritu al aura en el jardín de la vida. Las flores huelan la Pascua de la carne sin mancilla, y quede quieta la esposa sin preguntas ni fatiga. ¡Ya está delante el esposo, venido de la colina! Estaba al alba María, porque era la enamorada. Amén.
Queridos lectores; familiares, compañeros y amigos:
Esta es la noche más clara del año. La noche en la que la oscuridad se ve derrotada por la Luz verdadera. La muerte ha sido vencida para siempre y ya no puede alardear de nada. Porque Jesucristo, el Crucificado, ya no está en el sepulcro. Ha resucitado, como Él mismo dijo y predijeron los profetas del Antiguo Testamento. La muerte ya no tiene dominio sobre Él. Él ha triunfado, porque el Amor es más fuerte que la muerte. ¡Cuánto he esperado este momento, y las palabras que iba a escribir, durante el sufrimiento con el que he acompañado a Nuestro Señor durante los oficios de la conmemoración de Su Pasión y Su Muerte! Todavía no me salen las palabras, y es que la alegría de la Resurrección ha producido en mi alma un gozo inefable. Un gozo que desplaza, siquiera por un momento, todos los sufrimientos y los pesares de mi existencia. Se trata de un gozo que no es de este mundo, pues emana del don de nuestra participación en la misma Gloria de Dios que Él mismo, con Su Resurrección, nos da con plena gratuidad, y que tan sólo nos pide que lo aceptemos en nuestro corazón. Un gozo que –y de esto estoy convencido-, es compartido por millares de personas en todo el planeta, aun por aquellos que viven en medio de terribles sufrimientos, víctimas de la maldad humana, de la guerra, del hambre y de todos los males que las estructuras de poder del mundo han diseñado. Frente a este panorama, la buena noticia de la Resurrección del Señor, proclamada por las campanas de todas las iglesias del mundo, desde las grandes catedrales góticas del Primer Mundo hasta las humildes iglesias de las favelas de Brasil y las iglesias de Filipinas, por poner sólo unos pocos ejemplos, es un mensaje de esperanza para todos. Dios no hace acepción de personas, pero se siente especialmente cercano a los más débiles, a los desfavorecidos, a los pobres, a los miserables, a los enfermos, a los discapacitados, a los más vulnerables, a los niños, a los no nacidos, a los moribundos, a los más inocentes, a los atribulados y a los desesperados por cualquier causa: es decir, a los marginados, a los excluidos por el mundo, a las víctimas; a las personas que más tengo presentes y que motivaron la apertura de este humilde blog.
El mensaje de la Resurrección del Señor es un mensaje de esperanza para toda la Humanidad y para el mundo de hoy, aquí y ahora. Sobre todo para las personas que viven en el mundo, sin ser del mundo. Para aquellos que, lejos de vivir con lo necesario, más bien malviven. Aquellos cuya dignidad está siendo pisoteada por un sistema económico injusto creado por el hombre, el sistema capitalista, el cual, libre de trabas como en el pasado, ha producido un reparto tan desigual de la riqueza del mundo que debe motivarnos a cambiarlo imperiosamente, cada uno con los medios que tengamos, de acuerdo con el mensaje evangélico, que nos manda amar a los demás, atendiendo sus necesidades básicas, reconociendo sus derechos humanos y su dignidad y aliviando sus padecimientos. El capitalismo actual es contrario al mensaje evangélico. Y es que el hombre de nuestro tiempo –especialmente en el Primer Mundo-, habiéndose olvidado de Dios, ha acabado por olvidarse del hombre. El ser humano es tratado como una mercancía y sometido al dios Dinero, al que, como dijo claramente Jesús, no se puede servir si se quiere servir a Dios y contribuir a la edificación de Su Reino en la tierra. Un Reino de paz y justicia, de misericordia y de perdón, donde no quepa la opresión ni la desigualdad. Es una exigencia no sólo de caridad, sino de justicia social. Y ello es así porque Él, en su condición de hombre, aceptó vivir de esta manera: pobre, cercano a los enfermos y a los oprimidos por el mal, criticado, excluido, marginado; y al final, repudiado por los suyos, aceptando, con plena sumisión a la voluntad del Padre, una Pasión dolorosísima y una muerte de Cruz. Por amor. Por amor a nosotros, a ti y a mí. Hasta el final. Para salvarnos.
La Resurrección del Señor no es un acontecimiento milagroso sin más. No es como la resurrección de Lázaro, que después volvería a morir, sino que Jesucristo, una vez resucitado, ya no muere más. Es un acontecimiento cualitativamente distinto, que debe situarse en el centro de nuestras vidas como cristianos. Y para los que no creen en Él, sigue siendo un mensaje de esperanza abierto que siempre puede ser acogido, como la herida abierta en Su costado, de la cual manaron Sangre y Agua, inundando al mundo con Su Misericordia. Pero de los que nos proclamamos cristianos, de nuestro testimonio y de nuestras obras en pro de la edificación del Reino de Dios en la tierra, a través de nuestros actos de justicia y de misericordia, y de nuestra actitud benevolente, iluminada por el Espíritu Santo, depende en muy buena medida que se cumpla lo que escribió San Pablo en su primera epístola a Timoteo, cuando dice que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Debemos preguntarnos cuántas veces no nos hemos comportado conforme al Evangelio, cuántas veces hemos obrado en contra de lo que proclamamos como la Verdad. Esta reflexión no debe inducirnos al desánimo, y menos en el día de hoy, pues sabedores de que todos somos pecadores, hoy se nos anuncia la buena noticia de la Resurrección de Nuestro Señor y su victoria. Cristo está vivo y ha vencido, y está entre nosotros, siempre dispuesto a perdonarnos y a interceder ante el Padre por nosotros. Porque si con Su muerte pagó nuestra culpa, con su Resurrección nos ha dado nueva vida: la vida eterna. No sólo nos ha devuelto a la antigua condición originaria de Adán, borrando con Su sangre el antiguo pecado, sino que nos ha hecho partícipes de Su naturaleza divina, haciéndonos Hijos de Dios por adopción: ¡Feliz culpa, que mereció tan grande Redentor!, canta con alegría el Exultávit pascual. La Resurrección de Nuestro Jesucristo es la victoria del Bien sobre el mal, el comienzo del Reino de Dios, la apertura del Cielo para los hombres, el triunfo de la Vida sobre la muerte y el triunfo de un Amor que nunca se acaba. Del Amor de Dios que nos acogerá en su seno como hijos suyos durante toda la Eternidad, haciéndonos eternamente dichosos: ¿Qué más se puede esperar? ¿A qué otra cosa más grande podemos aspirar? Todo esto puede parecernos muy etéreo, muy bonito, sobre todo para los no creyentes. Pero en el fondo se trata de algo muy humano. Es más, se trata del anhelo más profundo del ser humano, el del encuentro con Su Creador y el de la felicidad completa, que en la tierra no podemos alcanzar. Como reza el Exultávit de la Solemne Vigilia Pascual, en esta noche se unen el Cielo y la tierra, lo humano y lo divino, precisamente porque Dios, con Su Encarnación, se ha humanizado, y, con Su Resurrección, nos ha divinizado. Pero por medio de la Cruz; por medio del Amor sin límites, para enseñarnos el Camino. Jesucristo nos ha precedido en un camino difícil, ha elegido un camino muy difícil, que no es el camino del mundo: El camino de la Cruz. Escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, diría San Pablo. Pero es el Único camino que puede salvarnos. Para que resucitar hay que morir, hay que pasar por la cruz, por mucho que no queramos, humanamente, y que nos duela. Muchas veces nos sentiremos atribulados, abatidos, derrotados, desesperados por tanto dolor y tanto sufrimiento. Por la incomprensión de los nuestros, por el vacío, por el abandono. Los Salmos más terribles, de muerte y de abandono, se cumplirán en nosotros. Pero todo eso lo experimentó Nuestro Señor. Nosotros todavía estamos en nuestro Vía Crucis, y cargamos con las cruces que nos van llegando en la vida. A veces no podemos con ellas, y caemos bajo su peso. Como Él cayó tres veces bajo el peso de la Cruz durante Su camino hacia el Gólgota. Pero tened fe. Él carga con nuestra cruz. La Resurrección del Señor, muy probablemente, no nos cambiará nuestras vidas, al menos en el sentido en que lo entiende el mundo. No nos dará trabajo, ni nos curará nuestras enfermedades, ni nos devolverá ahora a nuestros seres queridos que hayamos perdido, ni nos quitará las consecuencias de nuestras faltas y de nuestros errores. No nos librará del dolor y de la muerte. ¡Cuántas veces diremos, como Él dijo en Su Oración en el Huerto de los Olivos, “que pase de mí este cáliz, ¡no quiero, no puedo beberlo”! Pero, en medio de tanta oscuridad, en medio de tanto sufrimiento, si creemos el Él, sí nos dará la paz de corazón que nunca nos podrán arrebatar, ni la muerte, ni el pecado, ni el mal, ni el enemigo, así como la fortaleza necesaria para sobrellevar nuestra cruz; todas las cruces que nos lleguen, con perseverancia, sabedores que, si participamos del sufrimiento y de la Muerte de Cristo, también participaremos de Su Resurrección. Como dice una preciosa canción de alabanza que suele cantarse en mi parroquia en la noche santísima de la Vigilia Pascual, “¿De qué alardeas, muerte? ¿Dónde está tu victoria? Y no tienes poder sobre Él. Sólo tres días te lo has llevado, y nosotros lo hemos llorado (…) Amigo mío, alégrate, un tercer día a ti también te llegará”. Él mismo, en la noche en que iba a ser entregado, pronunció las siguientes palabras: “Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Y después de resucitar de entre los muertos, se apareció a su Madre, la Virgen María, y a María Magdalena, que habían ido a visitar al alba el sepulcro y lo habían encontrado vacío, y el Ángel del Señor les dio la buena nueva de que Jesús había resucitado de entre los muertos, tal y como Él había dicho. Poco después, Él se apareció a ellas y les dijo: “No temáis; id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28, 10). Ésa es la alegría principal del mensaje pascual. Nosotros debemos aceptar la Cruz, pero a la vez, poder contemplar en ella la Gloria de Dios. Y no debemos desesperar. Dios puede hacerlo todo en nosotros, si nosotros le dejamos. Y si es Su voluntad, puede sanar todas nuestras heridas, todas nuestras dolencias, reparar por nosotros todas nuestras faltas y curar todas las enfermedades, físicas y mentales, por mucho que se opongan a ello los incrédulos, especialmente algunos y algunas descreídas médicos -especialmente en el ámbito de la Psiquiatría, que cree comprender en su totalidad el interior del corazón del ser humano y su mente, cuya naturaleza la ciencia apenas ha conseguido vislumbrar; y ello, en el mejor de los casos, a través de la administración de fármacos (que es de lo que suelen saber), y en el peor, a través de psicoterapia (que es de lo que no suelen saber, pues de eso saben más los psicólogos, en general)-. Puede sanarnos y curarnos de todo: de la enfermedad, de la opresión, del egoísmo y del pecado. Para que cantemos Sus maravillas por siempre y la obra que ha hecho en nosotros, y seamos testigos suyos hasta el final. El Dios resucitado es el Dios de los imposibles, cuya Sabiduría ha sido ocultada a los sabios y entendidos de este mundo, y le ha sido revelada a la gente sencilla. Porque si tenemos fe, “para Dios, nada hay imposible” (Lc 1, 37). Dios es un Dios de vivos, y no un Dios de muertos. Jesucristo está vivo y su Espíritu actúa todos los días en el mundo para bien de los que le aman (cfr. Rom 8, 28). Todos los días hay milagros más o menos silenciosos en el mundo, cuya suerte está en manos de la Divina Providencia de nuestro Padre celestial. Quizá Dios no nos quite la Cruz, pero nos mande un Cirineo para ayudarnos a sobrellevarla. No nos haga ricos, pero nos haga encontrarnos con alguien que nos de lo que necesitemos para cada día. En el momento adecuado. Cómo y cuando Él quiera. Y al día siguiente, Dios proveerá. Porque Él vela por nosotros, y nos guarda cada día. Tanto que entregó a su Hijo amado a la muerte y le resucitó por nosotros. “Porque no me entregarás a la muerte”, reza el Salmo. Mas esto, sin duda asombroso y digno de alabanza, no es lo más importante del mensaje pascual. Pascua significa paso. El paso a una Vida nueva, que se nos otorga gratuitamente y a la que podemos adherirnos siempre que queramos. Lo fundamental es que nuestro Dios está vivo, ha resucitado, y habita en nuestros corazones para siempre; que nos ha dado el agua viva que nos ha renovado por completo y se ha convertido en nosotros en un manantial que brota hasta la vida eterna. Nos ha resucitado a una Vida completamente nueva. Una vida que puede comenzar ahora y está siempre comenzando, porque es eterna y dura para siempre. El Corazón de Jesús no se cansa de amar, y nos lo ha demostrado sobradamente con su Pasión, Muerte y Resurrección.
Cristo se entregó por nosotros. Pero al final el Amor triunfó sobre la muerte, y el Padre le resucitó de entre los nuestros, tal y como estaba escrito. Y El que resucitó a Jesús de entre los muertos, nos resucitará a nosotros, aunque muramos, si creemos en Él. Por tu Muerte y tu Resurrección nos has salvado, Señor. Gracias, Señor, por Tu Resurrección Gloriosa. Gracias, Jesús, por habernos salvado. Por haberme salvado. Feliz Pascua de Resurrección a todos. Cristo ha resucitado: ¡Aleluya!
A continuación os pongo un enlace de la mejor versión, en mi opinión, del Hallelujah de Leonard Cohen, la versión de Jeff Buckley, interpretada magistralmente por la cautivadora y seductora voz de Hannah Trigwell. Es desgarrador, pero, al mismo tiempo, esperanzador. Una música de nuestro tiempo y para nuestro tiempo, donde la luz brilla en la desesperanza. Que lo disfrutéis.
To the extent possible under law, CREE, Y VERÁS LA GLORIA DE DIOS, has waived all copyright and related or neighboring rights to http://pabloguerez.com. This work is published from: Hispanujo.
Ĉu vi havas propran retejon?
Kopiu la ĉi-suban tekston al via retpaĝo, por informi ties vizitantojn, ke vi rezignis la aŭtorrajton por via verko. La organizaĵo Krea Komunaĵo ne konservas rikordon de via elekto; estas afero de vi, la publikiganto, sciigi la homojn kiel ili rajtas vian verkon uzi (Esperanto).
A.M.D.G.