No sólo de pan vive el hombre…

febrero 10, 2016 § Deja un comentario


«¿Es ése el ayuno que el Señor desea, el día en que el hombre se mortifica? Mover la cabeza como un junco, acostarse sobre estera y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor? El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, liberar a los oprimidos, romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no desentenderte de tu hermano. Entonces brillará tu luz como la aurora, tus heridas sanarán rápidamente; tu justicia te abrirá el camino, detrás irá la gloria de Jahvé. Entonces llamarás al Señor, y te responderá; pedirás auxilio, y te dirá: Aquí estoy. Si destierras de ti los cepos, y el señalar con el dedo, y la maledicencia; si das tu pan al hambriento y sacias el estómago del indigente, surgirá tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. El Señor te guiará siempre, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña, reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre los cimientos de antaño; te llamarán tapiador de brechas, restaurador de casas en ruinas» (Is 58, 5-12)

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4)

Jesús en el Desierto

La Cuaresma es un tiempo de recogimiento, retiro y reflexión para encontrarnos con Jesucristo, desde las prácticas penitenciales que la Iglesia recomienda desde sus primeros tiempos: el ayuno, la oración y la limosna, pero que deben ser vividas con la alegría basada en la esperanza de sus efectos. Se trata de prácticas recomendadas por todas las religiones desde tiempos inmemoriales y que tienden a nuestra purificación, al desapego y al fomento de la vida espiritual. Con ellas, como todavía nos recuerda la liturgia de la Iglesia católica latina, «refrenamos nuestras pasiones», con el fin mediato de desapegarnos de los bienes de este mundo y elevar nuestra mirada hacia los bienes del cielo, para, sin despreciar los primeros, volver a darles el justo valor que tienen, hoy artificialmente hipertrofiado por una sociedad sin valores y que tiene, precisamente en los bienes de este mundo, su máxima referencia, por encima de las personas o los individuos que deberían componerla. De acuerdo con un espíritu de autenticidad y sinceridad, vivamos esta Cuaresma con una oportunidad de encontrarnos con la Persona de Jesucristo, la que aparece relatada en el Evangelio, cuya Palabra y cuyas acciones muchas veces contrastan con las de sus representantes de la Iglesia Católica, desde los purpurados cardenales hasta los sencillos diáconos. Ellos, muchas veces, como expresó el propio Jesús condenando la actitud de los fariseos, cargan a los demás con cargas illevaderas, cuando ellos no son capaces de tocarlas ni con un sólo dedo. Y también advirtió Jesús a sus discípulos que hicieran lo que dicen los fariseos, pero que no hiciesen lo que éstos hacían, ya que no hacían lo que decían hacer. Parece un trabalenguas, pero es perfectamente entendible: ¡qué lejos están del Evangelio muchos hombres, sobre todo, y también mujeres, que dicen ser «hombres y mujeres de Dios, ley y orden», y cuánto daño hacen a las personas de buena voluntad, sean éstas creyentes en Jesucristo, en Mahoma, en Moisés o en nadie en absoluto! ¡Y cuánto bien está haciendo el papa Francisco, en la medida de lo que la realpolitik vaticana le pueda permitir, denunciando las actitudes farisaicas y mundanas, en el peor sentido del término, de sus subordinados, a la vez que, con la creación de más de treinta nueve cardenales, intenta equilibrar el predominio de conservadurismo retrógado y, en mi opinión, en muchas veces antievangélico que prima en la Curia Vaticana y en muchas Iglesias nacionales, entre ellas, la de nuestro país, tan dado a los extremismos, aun con buenas intenciones!

Por el contrario, el Jesús en el que yo creo, es el Jesús de los pobres. Es el Jesús de la Misericordia que perdonó a la mujer adúltera, que predicó el perdón incondicional y el amor a los enemigos, que murió perdonando a los que le crucificaron y que le prometió el Paraíso al buen ladrón.  Convirtámonos a ese Jesús y Él nos llevará a nuestro Padre bueno del Cielo, simbolizado en el Padre de la parábola del hijo pródigo que vuelve a acoger a su hijo, o en el propio Jesús en la parábola del buen pastor, que deja las 99 ovejas que le son fieles y se va a por la oveja perdida.

En este Año Jubilar 2016, dedicado a la Misericordia Divina, la Cuaresma, como «tiempo fuerte» de la Iglesia, adquiere una dimensión espiritual especialmente esperanzadora, por cuanto nos invita a llorar nuestros pecados con la esperanza puesta en la Misericordia Divina que todo lo perdona, que es más grande que todas las obras de Dios, y, como rezan las Letanías de Santa Faustina Kowalska, es un Misterio impenetrable, «asombro para los ángeles, incomprensible para las almas santas». Es un tiempo de gracia penitencial que se nos otorga para ponernos en paz con Dios y con nosotros mismos, y, de esa manera, reconciliarnos con nuestro prójimo. Es el momento para reconciliarnos con personas a las que quizá, por miedo, tibieza o por falsos respetos humanos, no nos hayamos dirigido la palabra, quizá durante años, simplemente para pedirles perdón. El mismo perdón incondicional que el Hijo pidió al Padre en la Cruz para los que le crucificaban, porque no sabían lo que hacían. El papa Francisco nos invita en este tiempo a entrar por las Puertas de la Misericordia de nuestras parroquias y catedrales y conseguir, por pura gracia, el perdón incondicional del Padre que siempre está esperando a su hijo pródigo, por muchas faltas que éste tenga en su haber o en su «debe». De recibir el abrazo del Padre misericordioso que, como reza la fórmula del Sacramento de la Penitencia, «reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El Señor te ha perdonado. Vete en paz».

En relación con esto, se recuerda que este año, con motivo del Jubileo y por Decreto pontificio, cualquier sacerdote puede absolver directamente del pecado del aborto y de cualquier censura que no esté expresamente reservada a la Sede Apostólica.

Nosotros, los cristianos, con nuestra prácticas cuaresmales bien encauzadas conseguiremos olvidarnos un poco más de nosotros mismos y ayudar al de al lado. Precisamente en estos tiempos en los que no nos vienen precisamente bien dadas, pero, justamente por ello, podemos ayudar con nuestro poco a aquellos que no tienen ni ese poco.

En este sentido, es importante destacar que, en buena exégesis neotestamentaria, no pueden desligarse las obras de misericordia espirituales de las obras de misericordia corporales. Así, si bien sigue siendo válida la afirmación de «no sólo de pan vive el hombre», con la que suele abrirse el período cuaresmal, la frase continúa diciendo «sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Y en muchos pasajes del Evangelio Jesús, que es la propia Palabra de Dios encarnada, el «Logos» divino, muestra cómo no es indiferente ante el hambre de los hombres, tanto en los milagros de la multiplicación de panes, como en el episodio de la pesca milagrosa «por Su Palabra», como en la indicación de las obras de misericordia («tuve hambre y me diste de comer» en Mateo 25), o en la propia elección de la especie del pan para ser tabernáculo de su propio Cuerpo, la noche de su Pasión, en la institución de la Eucaristía.

Precisamente, no sólo de pan vive el hombre porque éste tiene que acordarse que sin la práctica de la justicia y de la caridad no hay pan para todos. La Cuaresma nos recuerda la necesidad de volver, siquiera temporalmente, a las exigencias de una vida sencilla para que todos puedan vivir con la dignidad de Hijos redimidos de Dios.

Pablo Guérez Tricarico

Hijo redimido por la gracia de Dios el 19 de mayo de 1979

 

 

A.M.D.G.

A.I.P.M.

Cuaresma: convertíos y creed en el Evangelio.

febrero 19, 2015 § Deja un comentario


 

«¿Es ése el ayuno que el Señor desea, el día en que el hombre se mortifica? Mover la cabeza como un junco, acostarse sobre estera y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor? El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, liberar a los oprimidos, romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no desentenderte de tu hermano. Entonces brillará tu luz como la aurora, tus heridas sanarán rápidamente; tu justicia te abrirá el camino, detrás irá la gloria de Jahvé. Entonces llamarás al Señor, y te responderá; pedirás auxilio, y te dirá: Aquí estoy. Si destierras de ti los cepos, y el señalar con el dedo, y la maledicencia; si das tu pan al hambriento y sacias el estómago del indigente, surgirá tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. El Señor te guiará siempre, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña, reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre los cimientos de antaño; te llamarán tapiador de brechas, restaurador de casas en ruinas» (Is 58, 5-12)

 

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4)

 

La Cuaresma es un tiempo de recogimiento, retiro y reflexión para encontrarnos con Jesucristo, desde las prácticas penitenciales que la Iglesia recomienda desde sus primeros tiempos: el ayuno, la oración y la limosna, pero que deben ser vividas con la alegría basada en la esperanza de sus efectos. Se trata de prácticas recomendadas por todas las religiones desde tiempos inmemoriales y que tienden a nuestra purificación, al desapego y al fomento de la vida espiritual. Con ellas, como todavía nos recuerda la liturgia de la Iglesia católica latina, «refrenamos nuestras pasiones», con el fin mediato de desapegarnos de los bienes de este mundo y elevar nuestra mirada hacia los bienes del cielo, para, sin despreciar los primeros, volver a darles el justo valor que tienen, hoy artificialmente hipertrofiado por una sociedad sin valores y que tiene, precisamente en los bienes de este mundo, su máxima referencia, por encima de las personas o los individuos que deberían componerla. De acuerdo con un espíritu de autenticidad y sinceridad, vivamos esta Cuaresma con una oportunidad de encontrarnos con la Persona de Jesucristo, la que aparece relatada en el Evangelio, cuya Palabra y cuyas acciones muchas veces contrastan con las de sus representantes de la Iglesia Católica, desde los purpurados cardenales hasta los sencillos diáconos. Ellos, muchas veces, como expresó el propio Jesús condenando la actitud de los fariseos, cargan a los demás con cargas illevaderas, cuando ellos no son capaces de tocarlas ni con un sólo dedo. Y también advirtió Jesús a sus discípulos que hicieran lo que dicen los fariseos, pero que no hiciesen lo que éstos hacían, ya que no hacían lo que decían hacer. Parece un trabalenguas, pero es perfectamente entendible: ¡qué lejos están del Evangelio muchos hombres, sobre todo, y también mujeres, que dicen ser «hombres y mujeres de Dios, ley y orden», y cuánto daño hacen a las personas de buena voluntad, sean éstas creyentes en Jesucristo, en Mahoma, en Moisés o en nadie en absoluto! ¡Y cuánto bien está haciendo el papa Francisco, en la medida de lo que la realpolitik vaticana le pueda permitir, denunciando las actitudes farisaicas y mundanas, en el peor sentido del término, de sus subordinados, a la vez que, con la creación de veinte nueve cardenales, intenta equilibrar el predominio de conservadurismo retrógado y, en mi opinión, en muchas veces antievangélico que prima en el Vaticano y en muchas Iglesias nacionales, entre ellas, la de nuestro país, tan dado a los extremismos!

Por el contrario, el Jesús en el que yo creo, es el Jesús de los pobres. Es el Jesús de la Misericordia que perdonó a la mujer adúltera, que predicó el perdón incondicional y el amor a los enemigos, que murió perdonando a los que le crucificaron y que le prometió el Paraíso al buen ladrón.  Convirtámonos a ese Jesús y Él nos llevará a nuestro Padre bueno del Cielo, simbolizado en el Padre de la parábola del hijo pródigo que vuelve a acoger a su hijo, o en el propio Jesús en la parábola del buen pastor, que deja las 99 ovejas que le son fieles y se va a por la oveja perdida.

Así, con nuestra prácticas cuaresmales bien encauzadas conseguiremos olvidarnos un poco más de nosotros mismos y ayudar al de al lado. Porque si bien sigue siendo válida la afirmación de «no sólo de pan vive el hombre», con la que suele abrirse el período cuaresmal, la frase continúa diciendo «sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Y en muchos pasajes del Evangelio Jesús, que es la propia Palabra de Dios encarnada, el «Logos» divino, muestra cómo no es indiferente ante el hambre de los hombres, tanto en los milagros de la multiplicación de panes, como en la indicación de las obras de misericordia («tuve hambre y me diste de comer»), o en la propia elección de la especie del pan para ser tabernáculo de su propio Cuerpo, la noche de su Pasión, en la institución de la Eucaristía.

Precisamente, no sólo de pan vive el hombre porque éste tiene que acordarse que sin la práctica de la justicia y de la caridad no hay pan para todos. La Cuaresma nos recuerda la necesidad de volver, siquiera temporalmente, a las exigencias de una vida sencilla para que todos puedan vivir con la dignidad de Hijos redimidos de Dios.

 

 

 

A. M. D. G.

A. I. P. M. 

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