Carta abierta a S. M. el Rey Don Juan Carlos I

junio 18, 2014 § 1 comentario


Majestad:

A menos de una hora de que sea efectiva vuestra abdicación de la Corona de España, de acuerdo con las previsiones constitucionales y con la ley orgánica que Vos habéis firmado esta tarde, y, en consecuencia, de que se efectúe su traspaso automático en favor de vuestro hijo, quien reinará como Felipe VI de España, permitid que me dirija a V. M. con la lealtad de un ciudadano español que nació bajo vuestro reinado, y que ha vivido los mejores años de su vida durante el mismo.

Aunque no estoy en el mejor de mis momentos, pues me hallo en situación de desempleo y sin ingresos de ningún tipo, mi lealtad hacia V. M., así como hacia mi país, me ha movido a escribiros un mensaje de despedida. Ya sé que a V. M. le preocupa la grave situación de desempleo, consecuencia de una crisis económica tan absurda como inexplicable, que padece el país desde hace ya demasiados años; y se lo agradezco muy sinceramente, como demostró en su último, y creo, sincero Mensaje de Navidad. Serán los políticos, muy inferiores en talla y en catadura moral a la vuestra, los que habrán de dar la cara en relación con este problema, así como con muchos otros problemas graves que asolan a este país -pues para mí ya es pedirles demasiado que los solucionen-.

Habéis sido para mí un Rey ejemplar, en todos los aspectos. En primer lugar, lamento no haber tenido ocasión de hablar con V. M. directamente, ni siquiera para comentar algún «chascarillo». Y es que V. M. ha sido para muchos, y aun a pesar de comportamientos poco elegantes de miembros de vuestra Familia, un modelo de comportamiento ejemplar, entendiendo como tal un comportamiento que ha sabido unir la máxima representación del Estado con un estilo amabale, casi «campechano», como muchos partidarios y detractores de V. M. han percibido. Para mí, vuestro estilo campechano y cercano no ha supuesto para nada un demérito de la institución que habéis encarnado durante treinta y nueve años, sino todo lo contrario. En una monarquía parlamentaria, es bueno que el monarca esté cerca de sus ciudadanos. La campechanía, acusada como un defecto por haberse alegado como tópico por parte de destacados y honorables representanes de la actividad económica y política del país, es para mí un valor que habéis aportado a la Corona, y no un demérito. Porque, como bien dijera Ortega y Gasset, «los tópicos no son otra cosa que verdades a las cuales se les ha perdido el respeto».

No conozco, como la mayoría de los españoles, las causas que os han movido a abdicar. Casi me atrevería a decir que preferiría no conocerlas, pues seguramente pertenecen a un mundo tan lejano a V. M. como lo es para mí, aun a pesar de la diferencia generacional.

Permitidme sin embargo compartir con V. M. una reflexión que me ha acompañado durante toda mi vida. Los mayores se merecen un respeto, y les estamos arrinconando, así como a los más jóvenes. Lo ha dicho el papa Francisco. En este contexto sólo aquellos que ocupan determinados puestos en los poderes financieros pueden progresar y llevar las riendas no sólo de un país, sino de economías transnacionales enteras. Algo similar dijo al respecto el papa Francisco, al que sé que V. M. guarda un gran respeto.

Vivimos en un mundo en el que no ya sólo la bondad, sino las buenas maneras, la cortesía, el respeto y la educación, que son las bases del protocolo, parecen haberse perdido casi del todo. Es un mundo al que yo, con treinta y cinco años, me siento ajeno. Y con respecto al que, sinceramente, y a pesar de los buenos contactos con los empresarios españoles y los posibles promotores de una recuperación ecómica, vuestro hijo, dentro de muy poco D. Felipe VI de Borbón, también debería sentirse ajeno. Porque fue educado en una época no muy lejana en la que la palabra dada tenía valor, en la que el dinero no lo era absolutamente todo y en la que palabras como honor, gloria o servicio tenían significado en el diccionario común de la gente.

Lamento deciros, V. M., que puedo constatar -y tengo argumentos para ello-, que hoy no es así. Dios quiera que vuestro hijo pueda realizar no solamente una labor de excelente embajador de España en el exterior como lo fue V. M., sino de árbitro y moderador de las instituciones democráticas, función que le encomienda el Título II de nuestra Carta Magna.

Dios le asista en todas las funciones que deba realizar.

En cuanto a V. M., Don Juan Carlos, sólo puedo sentir hacia Vos sentimientos de gratitud. Gratitud por habernos traído la democracia en un momento tan delicado, con un proceso tan complejo que ahora, a más de treinta años de distancia, resulta tan fácil de criticar tanto por parte de la izquierda como de la derecha, cuando… a estas alturas, me permitiréis la licencia… ¿pudo hacerse mejor?

Yo creo que no. Y todos los que han hablado o escrito sobre la necesidad o incluso de la existencia real de una «segunda» transición no han hecho otra cosa que desmerecer vuestro papel en un momento crucial de la Historia de España. Sólo por eso merecéis ser recordado como uno de los mejores reyes que ha tenido este país de tantos contrastes, tan invertebrado como excelso, tan entregado como indiferente, tan arrogante como humillado.

También vuestro papel durante los terribles hechos del 23-F fueron cruciales para la consolidación de la democracia en España, y reto a cualquiera a demostrar lo contrario.

A partir de entonces, nuestro gran país, hoy quizá oscurecido por la hegemonía cultural del pensamiento económico, pudo brillar como hacía años que no lo hacía. La incorporación de España a la entonces Comunidad Económica Europea en 1986 con la firma del Tratado de Adhesión del Reino de España y de la República portuguesa precisamente sobre la mesa de la sala donde V.M. hoy acaba de firmar la Ley Orgánica de vuestra abdicación, y en la cual es notorio que V. M., con el talento diplomático natural que siempre os ha caracterizado, desempeñó un importante papel, fue uno de tantos ejemplos de una España moderna e integrada, y al mismo tiempo orgullosa de sus tradiciones. Y cabría citar más ejemplos de vuestra encomiable actitud como el mejor embajador de España, como siempre se os ha definido. Como la mejora de las relaciones con nuestros pueblos vecinos, así como con nuestros pueblos hermanos latinoamericanos, o vuestras mediaciones, ocultas a muchos, y a las que sólo el tiempo les hará justicia, con la diplomacia de multitud de regímenes muy diversos.

Permitidme concluir este breve mensaje de despedida y apoyo, Majestad, con una sincera confesión personal. V. M. ha sido siempre mi Rey, desde la infancia, y la noticia de vuestra abdicación no ha podido menos que sorprenderme. Me ha «pillado», si queremos, propenso a la nostalgia. Sin embargo, confío en que vuestro hijo, S.A.R. el Príncipe de Asturias, que será Rey de España oficialmente dentro de unos minutos, esté a la altura de los tiempos como lo estuvo V. M.

Que Dios os bendiga y os guarde todos los días de vuestra vida.

Con todo mi afecto y consideración,

Dr. Pablo Guérez Tricarico En la villa de Madrid,
a dieciocho de junio de dos mil catorce
DNI 51429231-N

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