¡VIVA SAN FERMÍN!

julio 7, 2014 § 2 comentarios


 

A mis Abueblos María y Luis Joaquín, IN MEMORIAM

A José Joaquín Arazuri, IN MEMORIAM

Al Pueblo de Navarra, que estará siempre en mi corazón

 

img-capilla-de-san-fermin      chupinazo   Gigantes    encierros   peñas

 

El día de hoy, 7 de Julio, la Iglesia Católica celebra la Fiesta de San Fermín, obispo y mártir, patrón de la Archidiócesis de Pamplona y copatrono de Navarra. La Fiestas de San Fermín son conocidas en todo el mundo desde que E. Hemingway diera a conocer al mundo su popular novela «Fiesta», precisamente en unos años en los que los Estados Unidos vivían bajo la austeridad de la Ley Seca y la de una doble moral puritana. Sin caer en los excesos propios de algunos vistantes que no conocen, ni pretenden conocer el «alma de la fiesta», confundiéndola con un «macrobotellón» falto de cualquier rasgo diferencial, se trata de un fenómeno único en el mundo, en el que la más honda religiosidad individual y popular se mezcla con la sana diversión y, por qué no, con el uso y el abuso de la buena comida y la buena bebida, porque, como sabiamente decían los romanos, una vez al año «licet insanire», es decir, está permitido hacer locuras; por supuesto, de manera pacífica y respetando siempre al otro y a su la manera de vivir la Fiesta, con más o menos fervor religioso, con más acento en lo secular o simplemente como un lugar de encuentro privilegiado para celebrar una Fiesta de tradición milenaria que no deja nunca cada año de soprender al visitante con multitud de detalles: con el júbilo de la gente que estalla en cada calle del Casco Viejo y recorre la ciudad al compás de dulzainas, txistus, tambores o trombones; con los misterios escondidos en las plazoletas de Pamplona, con cada jota improvisada de la Procesión de la mañana del 7 de julio y que a muchos nos parte el alma; con el «momentico» del baile de los Gigantes en el atrio de la Catedral, a eso de las tres de la tarde de hoy, antes de celebrar en familia o con los amigos la tradicional comida de San Fermín.

Las Fiestas de San Fermín siempre han sido para mí muy especiales por mi ascendencia navarra, pero sobre todo por mi sentimiento de pertenencia a Navarra y por mi experiencia personal de la Fiesta, ligada a mis mayores, pero también a los sueños de un niño y de un adolescente cautivado por la magia de la Fiesta. Ni que decir tiene que algunos de los mejores momentos de mi vida tuvieron lugar durante las Fiestas de San Fermín, en los que, con aquella inocencia ahora perdida, se me concedía «permiso» para perderme por las calles de Pamplona y correr tras los Gigantes, en búsqueda de los tesoros de aquella tradición milenaria de la Fiesta, de Pamplona y de sus secretos históricos mejor guardados.

Habrá ya advertido el lector que no puedo se imparcial en la descripción de la Fiesta, ni tampoco en su recuerdo. Todavía hoy añoro esos recuerdos de la infancia en los que mi abuela me llevaba a ver los Gigantes, y soñaba, cuando cumpliese dieciocho años, en correr el encierro o en pasarme toda la noche de juerga en los varios actos programados y no programados del abultado e inagotable calendario, oficial u oficioso, del programa de festejos de San Fermín. Incluso planeaba minuciosamente los actos a los que no podría faltar, en los que el fruto prohibido de pasar una noche en blanco se me antojaba tan atractivo como lejano.

Los Sanfermines son toros, encierros, meriendas que parecen comilonas en las corridas de toros y desfiles de las peñas; pero también son Gigantes y Cabezudos, fiestas para los niños y mayores, varios chatos de vino con sus fritos o pinchos, música constante por las calles de la Muy Noble, Leal y Heroica Ciudad de Pamplona que se viste de rojo y blanco para celebrar, con su Santo, una de las fiestas más singulares y antiguas de Occidente, cuyos orígenes se remontan a la alta Edad Media. Una Ciudad orgullosa de sus tradiciones y que no duda en invitar a los visitantes de todo el mundo para que sean testigos, cada uno a su manera, pero en el respeto de todos, y, fundamentalmente, en el respeto a aquellos actos y tradiciones que constituyen la esencia cristiana de la Fiesta de San Fermín, del mayor espectáculo festivo que pueda contemplarse en España.

Las Fiestas de San Fermín son siempre motivo de un reencuentro; con amigos y familiares con los que quizá haga tiempo que hayamos perdido el contacto; con nuestras raíces, con nosotros mismos y con Dios, a través de la mediación de San Fermín.

Que el Glorioso San Fermín nos eche su famoso «capotico» y que nos ilumine a todos en estas Fiestas, pamploneses de vecindad o de corazón -también denominados «pamplonicas»-, y transeúntes, para podamos disfrutar todos de unas Fiestas en paz y alegría.

Pablo

 

San Fermín, Obispo y Mártir, ruega por nosotros.

 

§ 2 respuestas a ¡VIVA SAN FERMÍN!

  • Tono dice:

    Muy bonito articulo que evoca a la infancia y a tiempos felices.
    Enhorabuena por ello Pol

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    • pabloguerez dice:

      Gracias, Tono. El mito de la inocencia perdida, o del paraíso perdido, que habrás sin duda apreciado en ciertas afirmaciones nostálgicas del texto, es una constante intelectual y experencial en mi vida, sobre todo en el momento presente, como lo ha sido en la de muchos hombres buscadores que se han movido siempre hacia esa restauración original, por buenos y malos caminos; entre los buenos, destaca el religioso, en el cual el hombre puede encontrar la fuerza en su interior y la experiencia de su unión con el Todo del que fue separado y, por lo tanto, comenzó su andadura como ser incompleto -como en el Dios impersonal de varias religiones o filosofías, esotéricas o exotéricas, orientales-, o bien a través de la experiencia del Amor de Dios basado bien en la confianza y la fe -vía profética-, o por medio de su necesidad de unión directa con la Divinidad en la necesidad de ser amado y descansar en ella -tal es el caso de la vía mística-, en las religiones monoteístas occidentales. Ambas vías se han dado, y se dan, en las religiones semíticas y abrahámicas monoteístas -Judaísmo, Cristianismo e Islam-, pero de un modo especial en el Cristianismo, por haber incorporado y reelaborado de una manera cristocéntrica buena parte del patrimonio espiritual del judaísmo, además de la riqueza de la tradición tanto teológica como mística de verdaderos santos y santas de todos los tiempos.
      Un abrazo muy fuerte y gracias por leerme, Pablo.

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